Casi todo puede ser recreado artesanalmente, menos la textura rugosa de las ruinas, menos la atmosfera cargada de añejos fantasmas, menos el olor a viejo.
Olor cada vez más atípico en el deporte moderno. Con estadios que han de incluir hotel de lujo, palcos en los que se cierren negocios millonarios, plataformas para eventos corporativos, aptitud para realidad virtual a costa de inaptitud para realidad presencial… Con todo ello, el Fenway Park es una especie de excepción que confirma la regla: todo recinto en el deporte estadounidense es candidato a la implosión y el reemplazo por un burdo estacionamiento, menos el santuario de Boston.
No sólo es incómodo y de tamaño insuficiente, sino que incluso su configuración desafía a las novenas rivales por su asimetría, por su monstruo verde, por un trazado que propicia los cuadrangulares por un lado y los complica por el otro, por un mapa que a ojos racionales no hace sentido…, pues lo hace: difícilmente se hallará estadio más especial en el planeta.
El escritor Mark Twain falleció un año antes de que el Fenway Park se inaugurara, aunque anticipó su aureola mística: “Una de las peculiaridades que más atrapan de Boston, es su reverencia por su tradición, sus reliquias, sus antigüedades”. Reliquia, este parque de pelota, tan aclamada aquí como los relatos del motín del te, de la cabalgata de medianoche de Paul Revere, del sitio de la ciudad por tropas inglesas, de los disturbios de jóvenes renuentes a ser reclutados para la Guerra Civil, del monumento a los miles de inmigrantes de Irlanda cuando la hambruna hizo imposible la vida en esa isla.
Reliquia fundacional para el America´s Pastime, como suele ser llamado ese deporte al que se incluye en el proceso de construcción de esta nación, de sus rutinas, de sus valores.
Si Boston remite por su arquitectura y clima a la Gran Bretaña, su Fenway Park lo hace a los estadios británicos. Por supuesto, los escasos de futbol que han sobrevivido a los afanes de dinamitar y construir desde los cimientos (borremos ya de la lista Wembley, Highbury, Boleyn Ground y White Hart Lane). Aunque, en mayor medida, los templos de otros deportes: Lord´s, abierto para cricket desde 1814; Twickenham, erigido para rugby en 1907; Wimbledon, nacido ya para tenis en 1877; St. Andrews, que recibió el permiso para la práctica del golf, ¡en 1552!.
Junto a esos templos podemos escribir el nombre de Fenway: el deporte hoy, tal como desde su nacimiento fue.
Ya podrán erigir naves espaciales para el resto de los equipos y hacer sentir que canta en la tribuna a quien observa desde China. Ya podrán, aunque, por mucho que gasten, no conseguirán ni la autenticidad de las ruinas, ni el acecho de añejos fantasmas, ni el olor a tradición. Ese olor tan gustado por los bostonianos, según apreciara Mark Twain.
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