Hubo clásico antes de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, como, por ejemplo, lo hubo antes y lo hubo después de los convulsos años de rivalidad entre Josep Guardiola y José Mourinho. Lo hubo, pero qué vacío sentimos hoy, queda claro que nada será igual.
Por si pudiera añadirse pólvora al partido más pasional del futbol, durante una década tuvo como agregado el enfrentamiento entre los dos mejores futbolistas del planeta, esos dos que pelearon por todos los títulos como nunca aconteció. A la polarización deportiva, política, cultural, propia de todo Real Madrid-Barcelona, se incrustó esa otra división entre los devotos de esos dos profetas del balón.
En cierto momento, cuando el mundo parecía partido entre dos bloques ideológicos, cual si una nueva Guerra Fría abriera otra cortina de hierro, Cristiano y Leo se abrazaron contemplando a lo lejos la batalla. Una imagen de respeto impensable para las decenas de millones que saltaban a las redes sociales a despedazarse por la honra de su ídolo.
Eso me lleva a otra fotografía del 30 de agosto de 1961. Como parte del homenaje a Ladislao Kubala, la primera gran leyenda barcelonista, los dos mayores cracks del Real Madrid, Alfredo Di Stéfano y Ferenc Puskas, no tuvieron problema en portar el uniforme blaugrana. Ahí podemos verlos, sonrientes, amistosos y con gesto de admiración mutua, junto al inolvidable Laszi. Poco antes, Kubala, vedadera razón para erigir el Camp Nou por el afán de miles de verlo, también vistió la casaca merengue en un tributo a Luis Molowny.
Es decir, que cada vez entendemos peor la rivalidad. Que en nuestro afán de sentir que apoyamos más y mejor, nos ha vencido la estupidez. Que polarizados y enfebrecidos, nos hemos hecho más de unos colores y menos, muchísimo menos, del futbol –y, por ende, muchísimo menos del sentido común como tal.
El clímax en este proceso ha sido con Messi y Cristiano, instalándose el clásico como el coliseo central para que todos peleen, más armados de necedades que de argumentos.
Ahora que uno está lejos (dejando huérfano al Madrid de goles) y el otro lesionado (dejando la certeza de que no se le podrá sustituir), quizá podamos dimensionar no sólo la grandeza que dieron a este deporte en esos choques de cada temporada. Sino, sobre todo, la vileza en la que nos distrajimos mientras que ellos sublimaban como hicieron al balón.
Lo único que no faltara este fin de semana, cuando no los tengamos en la cancha en un Barcelona-Madrid, serán motivos para discutir y ofender: si se buscan, esos siempre se encuentran. La calidad de los elegidos, no: por mucho que se busque, sobre el césped no hay más que lo que hay.
Twitter/albertolati