Inteligente y visionario, ya en la vida como en la cancha, Zinedine Zidane vio cómo venía la pelota de la siguiente temporada madridista y tuvo la sensatez de dejarla pasar. Hombre valiente cuando corresponde decir que sí y prudente cuando lo adecuado es responder que no –ya como jugador se retiró despreciando los millones del contrato que le amarraban al propio club blanco: nada de continuar por continuar.
Detrás de su discurso mesurado en el adiós, dejaba palabras más proféticas que propias para el relleno de encabezados: “no veo tan claro seguir ganando”.
Al pan, pan, y al vino, vino, esa declaración fue exacta. Entendió que yéndose Cristiano y no siendo relevado por una figura de peso, entendió que sin reforzar una plantilla que por cinco años se fue haciendo peor a cada verano, entendió que priorizándose el futuro inmobiliario por encima del presente deportivo (es decir, anteponiéndose el ahorro para remodelar el Bernabéu), entendió que con el decreto presidencial de convertir a Gareth Bale en astro sol y exigir a sus músculos que no se lesionen (como si con un dedazo eso bastara), entendió que con los vicios desatados a nivel cancha y a nivel directivo, entendió que si no se confiaba en él, no estaba tan claro seguir ganando. Y entendió bien.
La frase “auge y ocaso”, tan aplicable a contextos históricos, al análisis de los grandes imperios, al proceso de clímax y caída de lo que fue poderoso, retrata muy bien a este Real Madrid de época: en el auge de Kiev (¡cuarta Champions de cinco!), estaba tan escrito su ocaso, como el de Napoleón cuando pensó que Europa sería suya a perpetuidad. En el futbol, como en la política, ninguna propiedad es definitiva y se ha de trabajar muchísimo por conservarla.
Julen Lopetegui quedará como la mayor víctima colateral en la historia del equipo: abandonó un proyecto que lucía victorioso con la selección española (al menos, los apostadores le ponían entre los favoritos para el Mundial) y así de rápido el Madrid le ha abandonado ya.
Al tiempo, Florentino Pérez despejará balones como si el asunto no fuera con él, como si la culpa estuviera más allá de su trono: falso, este equipo goleado y humillado, no ha comenzado a caducar al irse Cristiano (aunque cómo ayudaba un gol por partido para maquillarlo), sino desde que se conquistó el doblete con un plantel de inmensa calidad y la directiva apostó a que la inercia remediara la decadencia.
El Madrid mira hacia Kiev como si hubiera sucedido muchos años atrás. Ahí su error: desde entonces era evidente que el modelo se podría. O, en palabras del crack Zizou que dejó pasar la pelota enmohecida que era esta campaña: ya desde entonces no era tan claro seguir ganando.