Hoy ya no hay límites. El siguiente Gobierno puede disfrazar cualquier decisión previamente tomada en una consulta ciudadana, y con ello lavarse la cara de las disposiciones más arbitrarias y equivocadas con el argumento de que el pueblo bueno no se equivoca.
La división entre los buenos y malos será la divisa de lo que viene dentro de un mes y en adelante. ¿Hasta cuándo? Quién sabe; el banco suizo UBS teme que una consulta alargue el periodo de mandato de Andrés Manuel López Obrador.
No hay ninguna contención cuando se decide cancelar una obra en marcha, y para anunciar el proyecto sustituto se sienta a un lado al contratista favorito del Presidente electo y se le cubre con el manto de la sabia decisión popular.
La consulta fue amañada, tramposa, dirigida, organizada por y para un partido político sobre un tema de alta complejidad técnica. Fue hecha antes de que el Gobierno electo tomara posesión. La ley se modificará en breve para hacer de este tipo de ejercicios algo que embone con esta forma de desplante de poder.
Olvídese del hecho de que un vuelo de conexión en el futuro en la Ciudad de México no será simplemente cambiarse de la sala “A” a la sala “B” y que implicará salir de un aeropuerto, cargando maletas, tomar un transporte, viajar decenas de kilómetros en el tráfico, pagar peaje, volver a pasar filtros de seguridad para que dos o tres horas después tome su siguiente avión.
La solución aeroportuaria hoy no es importante. De hecho, nunca lo fue. Lo trascendente fue el mensaje. La capacidad de destruir para imponerse. Es la conquista. Fue la construcción del templo lopezobradorista sobre la pirámide de Peña Nieto.
Y con esa misma validación del pueblo bueno se podrá justificar cualquier decisión por absurda que sea.
Algunas no merecerán consulta como la eventual eliminación de los organismos autónomos de supervisión del sector educativo o energético. De ésos se encargará una mayoría domesticada.
Pero hoy hay razones suficientes para pensar en una futura consulta donde la sabiduría popular opine si sería bueno utilizar las reservas internacionales del Banco de México para promover el crecimiento y el desarrollo del país.
Nadie atenderá y entenderá las explicaciones técnicas de lo que son realmente esas reservas virtuales y su costo.
Y no pensemos que la consulta alcanzará a proyectos tan cuestionables como el famoso Tren Maya, que no tiene ni siquiera un estudio de impacto financiero o ambiental. Esa decisión está tomada y no hay que preguntar a nadie.
En fin, hay que apuntar la fecha como el momento en que se traspasó del discurso incendiario a la acción autoflagelante de un Gobierno que ha decidido iniciar su gestión a través de la siembra de muchas dudas razonables entre amplios sectores sociales y económicos que ven cerrados los caminos del sentido común para tratar de dialogar con el próximo Gobierno.
Así que, si alguien ve por ahí al sentido común, pídanle, por favor, que regrese. Díganle que ya lo extrañamos.
LEG