La vida resumida en una sala de espejos: cada quién ha de escoger ante cual se prefiere reflejar. Imposible culpar a las malas influencias, cuando detrás de su imitación ha estado quien las eligió.
Imaginemos lo que pasa por la mente del todavía adolescente Kylian Mbappé. Ya disfruta de un contrato que le garantiza más dinero que el que jamás podrá gastar, ya es campeón del mundo, ya ha sido comprado por el segundo monto más alto que se haya pagado por un futbolista, ya dispone de niveles de fama y celebridad insospechados.
Entonces, volvemos a la sala de espejos, puede girar en dos sentidos dentro del vestuario del París Saint Germain. Una opción es ver a alguien que lo ha ganado todo, aunque trabaja con el hambre del que aún no ha conseguido nada, tan laureado a los 40 años y tan humilde para asumir en esta etapa su lugar en la banca. La otra es ver a un personaje que ha conquistado poco, pero vive como si ya tuviera todo o, peor incluso, como si su carrera ya se conjugara en pasado, como si bastara con su mero nombre para sin gran esfuerzo mirar al planeta futbol a sus pies, como si eso de la disciplina fuera mito.
Extremos fijados por Gianluigi Buffon y Neymar Junior. Mbappé, el único genuino aspirante al trono de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, necesita decidir hacia dónde pretende ir. Con el torbellino en que se ha convertido su vida, con su infancia mutilada, es inevitable la tentación Neymar: traerse a una pandilla de amigos a vivir a su mansión, a que le hagan reír, a que le aplaudan cuanta tontería haga y diga, a que le acompañen en interminables juergas y le ayuden a gastar tantísimo dinero; vivir más pendiente del carnaval y las fiestas de cumpleaños, de yates en la Costa Azul y famoseo, que de jugar futbol.
Al otro lado está un deportista ejemplar. Buffon saltó a la fama tan joven como Mbappé y, si ha prorrogado su carrera por más de dos décadas, ha sido por cómo se ha cuidado. Líder positivo, competitivo e intachable, insaciable de títulows, adorado siempre por los aficionados a los que representó, no faltarían argumentos para señalarle como el mejor portero de todos los tiempos.
¿Eso le dio derecho a ser impuntual alguna vez? No, y de haber sido así, su longevidad quizá hoy no sería: nadie alcanza los 40 años con ese nivel por mera inercia.
Por ello, cuando Mbappé fue suplente en el clásico francés del fin de semana, luego de llegar tarde a la concentración del PSG, tuvo tal eco el sermón que le dedicó Buffon a pie de cancha: abrazándolo, motivándolo, recalcándole, logrando que el mensaje entrara en forma y fondo.
Si alguien entiende que el secreto de la eterna juventud no es otro que la disciplina, es Gigi. Justo lo que el candidato a rey del balón tiene que elegir en esa sala de espejos. ¿Ser como Neymar, con quien ya ha tenido más de un roce? ¿O seguir los pasos de Buffon? La respuesta es clara. Y por eso Mbappé ascenderá a lo máximo, mientras Neymar observa el tiempo pasar desde su egoteca.