Algo más que una coincidencia de tiempos: justo cuando la imagen de los futbolistas se masificaba gracias a su proyección en televisión, surgió una ventana para que las estrellas continuaran jugando (y cobrando) aunque con una rutina serena, anónima, casi normal.
Imposible explicar aquel primer auge de la liga estadounidense –la NASL, a inicios de los setenta– sin reparar en el magneto que utilizaba para atraer cracks: una vida alejada del tumulto y sin reflectores, como anhelo central para quienes desde el fin de su adolescencia experimentaron un permanente estado de frenesí.
Pelé ya llegó al NY Cosmos veterano e incluso saliendo del retiro, más buena parte de las figuras todavía estaban en edad de seguir en el mayor nivel. Franz Beckenbauer con 31 años, Johan Cruyff con 32, George Best con 30, Eusebio con 33, Johan Neeskens incluso con 28. Tras años de elevada presión, desmesurada expectativa y exceso de atención, la Unión Americana les brindaba un escape: pasear por un parque sin que se les reconociera, acudir a tiendas sin ser hostigados, ir de copas sin la prensa encima, lograr una vida imposible en Europa…, y tomar un respiro del ritmo competitivo.
Traigo eso a colación tras haber visto el avance de una espléndida entrevista que la BBC efectuó con Wayne Rooney en Washington DC. “Resulta mucho más relajado para nosotros como familia. Si deseamos ir al súper mercado o salir a tomar un café, entonces nos es muy fácil hacerlo”, detalla el goleador histórico tanto de la selección inglesa como del Manchester United.
Dimensionemos que los hijos de futbolistas de ese peso mediático, han nacido ya en medio de la locura. Paparazzi, acoso de aficionados, multitudes persiguiendo, dificultad para actividades como ir al cine o por un helado. De pronto, en Estados Unidos descubren algo que para el resto de los niños es normal.
Quizá algo similar disfruta hoy Zlatan Ibrahimovic, como apenas hace un par de años consiguieron Pirlo, Gerrard y Lampard, como en los setenta las luminarias más rutilantes del balón.
Por eso, y no sólo por los millones, es difícil competir con la MLS como liga para jubilación de cracks. Los torneos del Lejano Oriente, como los del Golfo Pérsico, pueden ofrecer similares cuotas de dinero, aunque no siempre de anonimato. A eso debe añadirse que en Estados Unidos el choque cultural es infinitamente menor, la integración de la familia a la sociedad es más sencilla, el desafío de los hijos en el colegio no se eleva de la misma forma.
En los setenta con la NASL, como hoy en la MLS, ha estado el paraíso más anhelado por las leyendas del futbol. Tan simple como poder ir por un café, como Rooney explica.
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