Han pasado 25 años de la muerte de Federico Fellini e Italia no olvida a uno de los directores más influyentes en la historia, que con su visión “sacerdotal” del cine y su interés por lo onírico, regaló al mundo un sinfín de historias memorables.
La vida del maestro se apagó para siempre el 31 de octubre de 1993 a los 73 años después de varias semanas hospitalizado por un ictus.
Solo siete meses antes había recogido en manos de Sophia Loren y Marcello Mastroianni el Óscar honorífico por su trayectoria, la quinta estatuilla con la que coronó una carrera en la que se alzó como uno de los directores más apreciados de la historia del cine.
Fellini (Rimini, 1920) llegó a Roma con apenas 20 años y se puso a las órdenes de Roberto Rossellini como guionista en “Roma città aperta” (1945), una de las obras que originaron el Neorrealismo, aunque pronto aquel joven se decidiría a debutar en la dirección.
Entre sus primeras obras están la cómica “Lo sceicco bianco” (1952), protagonizada por Alberto Sordi, o “I vitelloni” (1953), una obra de matiz autobiográfico con la que conquistaría la Mostra del Cine de Venecia y que le granjearía prestigio internacional.
Fue el inicio de una trayectoria de cuatro décadas en la que llegó a escribir decenas de guiones y rodar veinticuatro largometrajes como “La strada” (1954), “Otto e mezzo” (1963), “Amarcord” (1973), “Le notti di Cabiria” (1957) o su “Satyricon” (1969).
Pero quizá el más recordado sea la “Dolce vita” (1960), con la que puso título a toda una época, mostrando aquella Roma nocturna y onírica por la que deambulaban simples mortales, “paparazzi” y grandes estrellas, como la que dio vida la exuberante Anita Ekberg.
Uno de sus últimos colaboradores, Gianfranco Angelucci, autor del guión de su penúltima obra, “Intervista” (1983), recuerda su modo “sacerdotal” de trabajar: “Era como un monje que vivía dentro del cine, parecía más cineasta que ser humano”, explica a Efe.
Le describe como una persona con una creatividad “incansable”, que desempeñaba su trabajo “con una alegría inmensa”, dormía muy poco, pasaba el día rodando, vestía bien y, al contrario que otros directores, recibía a quien fuera en el Estudio 5 de Cinecittà.
“Era un grandísimo artista que eligió el cine para expresarse pero que podría haberlo hecho con cualquier otra disciplina. Era un escritor, un pintor y un dibujante extraordinario, un genio de las artes al nivel de los grandes artistas del Renacimiento”, apunta.
Además, rara vez iba al cine y era consciente de su propia genialidad, sin desdeñar a sus colegas, aunque consideraba a su altura a pocos, entre estos a Stanley Kubrick y Akira Kurosawa.
En lo más personal, como demuestran sus obras, le interesaba el esoterismo, el espiritismo, el subconsciente o los sueños, que llegó a retratar previa recomendación de su psicoanalista, Erns Bernard.
“Lo primero que preguntaba al llegar a Cinecittà era qué habías soñado. Federico era un jovenzuelo, un genio dentro de la cabeza de un niño”, asegura.
Su voraz imaginación y todos estos elementos le hicieron crear un mundo muy personal, de cándidos personajes e impregnado por un aura de melancolía premeditada, pues empleaba humo de incienso en el set para dar la sensación de ensoñación a sus grabaciones.
Y es que la suya era la búsqueda de los anhelos del hombre, de la esencia del alma humana y de la verdad y del sentido de la vida.
En este sentido, Angelucci cree que “la nostalgia juega un rol esencial y preciso” en su estilo, pues un artista crea cuando echa en falta algo: “Fellini solía decir que solo quien está en una prisión puede hablar de la libertad”, rememora.
Su ciudad natal, Rimini (norte), ha propuesto un nutrido programa de conferencias y proyecciones con motivo del cuarto de siglo de la muerte de su vecino más ilustre, pero también de cara al centenario de su nacimiento, en 2020.
Para el otoño de ese año el ayuntamiento de esta ciudad a orillas del mar Adriático espera tener completado un museo dedicado a su legado, un proyecto que ya se encuentra en fase de licitación, explica a Efe el responsable de la Filmoteca, Marco Leonetti.
Estará dividido en tres espacios, entre el Castillo Sismondo, una zona urbana con instalaciones interactivas y el Palacio Valloni, en cuya planta baja se sitúa el cine Fulgor, donde Fellini descubrió el Séptimo Arte durante su infancia.
Y contará, prometen, con una colección de unos 500 dibujos del director, además de piezas de vestuario y atrezo: “Rimini tiene ganas de explicar al mundo quién era Fellini, un gran director y una de las personalidades más influyentes del arte de la segunda mitad del siglo XX”, celebra Leonetti.
aarl