La fría noche es el cobijo de cientos de migrantes centroamericanos que en pequeños o grandes grupos han arribado poco a poco al albergue instalado por las autoridades capitalinas y de derechos humanos en el Estadio “Jesús Martínez Palillo”, en la Magdalena Mixhuca.
Hasta este punto, ubicado en la alcaldía Iztacalco, llegan bolsas llenas de prendas que podrían servir a hombres, mujeres y niños de todas las edades, pero no son suficientes y casi no hay para bebés.
Hace mucho frío, y aunque hoy no llovió, anoche parecía que el cielo se caía por lo que la temperatura se mantuvo baja a lo largo de este domingo.
Los migrantes, provenientes principalmente de Honduras, aunque también hay Guatemala y el Salvador, afrontan el gélido ambiente con los pies semicubiertos con chanclas bastante desgastadas.
Algunos, cansados, prefirieron cubrirse por completo y dormir en las escaleras de la parte de atrás del estadio; otros, en las gradas, unos más, simplemente permanecieron de pie en cualquier punto del lugar, titiritando de frío, conversando entre ellos y con la esperanza de cumplir su sueño, cruzar la frontera de México con Estados Unidos.
En el centro del estadio se colocaron carpas enormes para proteger del frío y de la posible lluvia a quienes desde hace casi un mes han librado obstáculos para lograr su objetivo, para lo que han recorrido cientos de kilómetros que han avanzado a pie o en “aventón”, intentado siempre ir en grupo, para no ser deportados a su país.
Nohemí Ventura, de 27 años, y un hijo de ocho, vivía en el departamento de Cofradía, Honduras, cruzó el Río Suchiate y avanzó hasta llegar a territorio mexicano y reveló a Notimex que su pequeño hijo ha sido el motor para continuar en lo que pareciera una aventura, pero en realidad es la esperanza de una vida mejor.
Ella es madre soltera y viaja acompañada por dos de sus primas, también madres solteras, quienes tienen cinco hijos, entre ellos una pequeñita de cuatro meses; cuando supieron que podrían salir de su nación no lo pensaron dos veces ante las condiciones precarias en las que vivían y las inexistentes posibilidades de mejorar su condición.
“Ha sido difícil, hemos estado bajo el sol por horas”, primero a Chiapas, luego a Veracruz, de ahí a Tierra Blanca y después caminar con sandalias durante tres días hacia la Ciudad de México, “ni zapatos hemos podido conseguir”.
Nada distinto ha vivido, Oldín Colín, de 30 años, quien tiene tres hijos, esposa y padres, pero viaja solo y se integró a la caravana porque “vivimos estrés de no poder construir una casa, porque tenemos un salario muy mal, 70 pesos mexicanos lo que ganamos en Honduras, si compramos el arroz no compramos los frijoles”.
Sabe de los riesgos de intentar cruzar la frontera de México con Estados Unidos, pero lo hará, porque confía en Dios, ya que lo imposible para él es posible para Dios, dice convencido de que logrará alcanzar el sueño americano.
De no lograrlo, existen dos opciones mas Canadá o México.
aarl