Nueve de cada 10 analistas creen que esta semana la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) no va a subir su tasa de interés de referencia. Pero cuando la consideración es si durante la reunión de diciembre habrá un aumento hasta 2.50% de la tasa interbancaria, ahí uno de cada siete cree que sí subirá el costo del dinero.
Los que toman decisiones en el Comité de Mercado Abierto de la Fed tienen la obligación de mantener la economía en tendencia de crecimiento, pero sin permitir que la inflación se dispare.
Pero tienen también frente a sí a un Presidente intervencionista que quisiera ver que el banco central estadounidense no subiera el costo del dinero, sin considerar los efectos negativos que el aumento desmedido de los precios puede traer para ese país.
Estados Unidos tiene, pues, un Presidente que incide en la economía y que al mismo tiempo quisiera controlar la voluntad del banco central. En México no estamos tan lejos de un escenario similar.
Y ciertamente la depreciación que ha tenido el peso mexicano frente al dólar en estos últimos días poco ayuda a cumplir el mandato único del Banco de México que es mantener a raya las presiones inflacionarias.
La relación peso-dólar se movía en nivel entre los 18.50 y los 19.00 a la espera de la transición presidencial.
Esta moneda emergente no deja de pasar facturas de los hechos mundiales, como las guerras comerciales de Estados Unidos. Y claro que el desempeño económico y monetario estadounidense marca la suerte del peso.
Pero hasta hace unos días, las noticias internas jugaban a favor de los mercados mexicanos. La conclusión de un acuerdo comercial en sustitución del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la tersa transición política, que incluía la aceptación de la derrota y el mensaje moderado del ganador, trajeron una estabilidad que por algunas semanas se calificó de terciopelo.
Pero como en la fábula de la rana y el alacrán, no se puede negar la naturaleza y la burda cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México dejó al descubierto este estilo de Gobierno que justamente no complace a los que gustan de las certezas.
Que no quede duda que la inestabilidad financiera provocada afectará a todos, simpatizantes o no, pero al primero que le pasará factura será al Gobierno electo.
La inestabilidad financiera pone un escalón más alto para el paquete económico, y un previsible traspaso de la depreciación cambiaria a la inflación obliga al Banco de México a ser reactivo con el costo del dinero.
Hoy son más altas las posibilidades de un incremento en la tasa de interés de referencia del banco central mexicano como consecuencia de ese temblor financiero autoinfringido por el Gobierno entrante.
Y claro está que no les va a gustar a los que llegan que deban lidiar con una tasa alta que puede limitar el crecimiento económico y, sin duda, eleva los costos de financiamiento. Pero no hay complot en ello, hay la obligación de un banco central de ser responsable.