Hace un siglo, Europa salía ensangrentada, materialmente despedazada y moralmente deshecha de la guerra más mortífera vivida hasta entonces en el Viejo Continente. El funesto balance de casi 20 millones de muertos y cientos de miles de mutilados dejó una dolorosa huella en varias generaciones. El trauma de hace 100 años aún no se ha superado en este continente, cuyo mapa quedó remodelado a fondo en 1918.
La desaparición de cuatro imperios allanó el camino para el nacimiento de nuevos países que saboreaban por fin su tan ansiada soberanía. Francia le arrebató a los alemanes Alsacia y Lorena. El antaño poderosísimo Imperio austro-húngaro se derrumbó como un castillo de naipes. Viena perdió todos sus territorios con minorías étnicas y quedó reducida a un minúsculo territorio. El presidente Masaryk hizo posible el surgimiento de Checoslovaquia.
Polonia recuperó su independencia tras 123 de partición entre Prusia, Rusia y Austria. Alemania, humillada en Versalles, acabó por convertirse en la Alemania nazi. Apareció en el mapa el Reino de serbios, croatas y eslovenos, que en 1929 pasaría a llamarse Yugoslavia. Se movieron las fronteras de Italia, Grecia, Rumania, Bulgaria y tantos países más. El nacionalismo se exacerbaba por doquier con la misma intensidad con la que crecía el orgullo de poder dirigir su propio Estado-nación recién liberado de las garras del ocupante.
Ha transcurrido un siglo, y hoy -a juicio de grandes sectores de la sociedad europea- el ocupante tiene la cara de foráneo originario principalmente de Asia o de África, que viene por mar, tierra y aire a “invadir” y por ende a “destruir” la identidad de los pueblos europeos, reticentes a “disolverse” en el “amenazante multiculturalismo liberal”.
Como hace 100 años, los pueblos se levantan. Austria de Sebastian Kurz, Hungría de Viktor Orbán, Estados Unidos de Trump y su “America first”, los británicos pro Brexit -sin olvidar a Polonia e Italia del Gobierno antiinmigración de Giuseppe Conte- nos dan una clara muestra de que está de regreso el concepto de nación como la mejor opción posible, la forma superior de organización de la sociedad.
Vuelven los viejos fantasmas y el viejo debate: ¿qué es mejor, la universalización del orden neoliberal o el Estado-nación, capaz -según los soberanistas- de actuar como dique de contención contra la masiva incrustación de “elementos ajenos a Europa”.
A esta pregunta deberán responder en las próximas elecciones al Parlamento Europeo los ciudadanos de los 28 países miembros de la Unión. La opción número dos está tomando cada vez más fuerza. Si la consulta tuviera lugar hoy, en Francia ganaría la extrema derecha de Marine Le Pen, porque, además, la popularidad del neoliberal Emmanuel Macron ya tocó fondo.
El líder de los populistas europeos Viktor Orbán sostiene que los comicios europeos previstos para el próximo mes de mayo serán un referéndum sobre la migración. No es necesario ser seguidor de Orbán para darse cuenta de que la o las migratorias será el tema clave de todas la campañas electorales en el Viejo Continente.