La Historia no se puede borrar por mucho que se quiera. Claro que hay pasajes históricos que no son los mejores; pero incluso esos forman parte de un legado común que conforma la identidad de los pueblos.
El dictador Francisco Franco Bahamonde detentó el poder durante 39 años. Aisló a España del resto del mundo. Esa falta de libertades hizo que muchos españoles fuesen condenados a un ostracismo que no querían. Muchos países como México abrieron sus brazos a aquella ansia de libertad española que se afincó en el país azteca.
En España no se podía hablar, menos expresar opiniones contrarias a la dictadura. Los periodistas de la época se esforzaban en burlar a una censura tan férrea como ortodoxa. Algunos lo lograron. Otros muchos terminaron en prisión
Con aquella plúmbea dictadura también hubo muertos y heridos. Incluso ejecuciones sumarias durante la guerra y después, durante los primeros años del franquismo.
España sufrió y sufrió mucho durante aquellos interminables 39 años de dictadura donde la oscuridad y el vacío vivían dentro de los hogares de aquellos españoles que luchaban desde sus adentros por la libertad. Por eso en las grises casas de grises recuerdos se lamían las heridas porque el lobo dictatorial ya se encargaba de abrirlas o de hacer nuevas ámpuras para que no olvidaran quien mandaba en aquella España.
Hace 43 años que la autarquía se enterró en una lápida de más de mil kilos que cubre la última morada del dictador. Con ese entierro también se sepultaba el sufrimiento y la angustia y los trabajos forzados y las torturas; y también las mordazas y la opresión.
Todo aquello ocurrió hace 43 años. Es un dato importante para comprender la perspectiva que nos da el tiempo de la Historia.
Con la muerte de Franco también se cerraba el capítulo del sufrimiento de las dos Españas; el cainismo, el bando vencedor y el vencido, la angustia de tantos compatriotas que nunca más pudieron ver a sus familiares porque, gracias a la maldita guerra se matarían entre ellos.
Con la muerte del dictador se sellaba el dolor de una guerra civil que dejó casi dos millones de muertos y cientos de miles de personas que tuvieron que marcharse de España, arrancándose el corazón para llevarlo a otro lado para echar raíces. Con aquella muerte llegaba el momento del abrazo, de la concordia, del perdón porque España no podía vivir en el rencor de una guerra a la que le pesarían los años, los lustros, las décadas hasta que no quedara sepultada de verdad.
Pero los dictadores siguen dando guerra más allá del Más Allá. La salida de los restos mortales de Franco del Valle de los Caídos, que es donde está enterrado, significa una afrenta a las dos Españas que quieren vivir en paz y libertad. Se trata de abrir de nuevo la herida que ya estaba cerrada; es abrir la cicatriz para que la sangre vuelva a salir. Es en definitiva un error, un error histórico.
La Historia nos ha enseñado que hay que dejar a los muertos en paz, que las sociedades deben seguir avanzando sin mirar atrás, que es mucho más lo que tenemos a ganar que a perder.
España es un país extraordinario. España es mucho más grande que la historia de un dictador. No se puede cerrar un capítulo. Hay que cerrar el libro para comenzar uno distinto. Es la única manera de perdonar, hacerse perdonar y seguir mirando hacia adelante.