Contra lo que muchos imaginaron, finalmente se llevó a cabo la marcha de protesta –motejada como “la marcha fifí”–, contra la consulta “patito” que sirvió para justificar la caída del NAIM.
Y la protesta resultó exitosa no por el número de participantes –los cálculos van entre cinco y 10 mil personas, sino porque esos cinco o 10 mil ciudadanos caminaron del Ángel al Zócalo –con pancartas y arengas–, a pesar de rabiosas campaña de odio; a pesar del descrédito y la descalificación en redes contra un sector social que –según la corrección política del futuro G0obierno–, debe ser despreciado, humillado y aplastado.
Más aún, al paso del contingente no pocos curiosos –decenas apostados de manera estratégica–, parecían aleccionados para sembrar “consignas” contra los migrantes, los pobres y hasta para lanzar provocaciones directas a los marchantes.
“¡Pinches fifís, ahora si marchan, pero no dijeron nada cuando Calderón y Peña masacraron a miles de mexicanos..!”, gritaban “observadores” de la marcha, en tanto lopistas como Epigmenio Ibarra colocaban mensajes en redes, idénticos.
“¡Pinches burgueses, se quedaron callados cuando protestamos por “NO MAS SANGRE” y por los muertos de Calderón!!!”. Arengaban otros, también en consonancia con las consigna de periodistas lopistas que descalificaron la marcha, en tiempo real.
Y frente a las arengas de los manifestantes –que protestaban por la “consulta patito”, contra el autoritarismo del Gobierno de López Obrador y gritaban a favor de la legalidad–, una ausencia resultó preocupante…
No aparecieron los grandes medios, las televisoras y los diarios llamados “nacionales”. Brillaron por su ausencia las coberturas espectáculo y sólo la tímida presencia de aprendices de reportero era visible.
Y es que, cuando una cobertura periodística se encarga al suplente o al aprendiz, es porque al medio “le vale madre”. Quedó clara la consigna mediática; bajo perfil a la “marcha fifí”. Algunos, incluso, centraron su atención en las pancartas sembradas, con la intención de exaltar la percepción de que se trató de una lucha de clases; de pobres contra ricos; buenos contra malos.
Y es que en la marcha fue evidente que –como dijimos aquí–, la cancelación del NAIM no fue un acto para ratificar la autoridad de AMLO, sino un gesto autoritario que buscó ensanchar la brecha entre ricos y pobres, el odio entre los desposeídos y los que más tienen.
El NAIM es un emblema de opulencia y prosperidad, al tiempo que la percepción de millones es que se trata de un transporte exclusivo, excluyente y hasta ofensivo, porque nunca será utilizado por los pobres.
Por eso muchos aplauden su cancelación, y por eso encuestas como la de GEA revelan que la caída del NAIM elevó la calificación positiva de López Obrador.
En el fondo asistimos al triunfo del odio y la derrota de la política; odio que también apareció en el PAN, en donde la contienda por su dirigencia fue una batalla de odio. Por eso la renuncia de Felipe Calderón al PAN.
Al tiempo.