Dicen los apoyadores de Andrés Manuel López Obrador que no entendemos que todo lo que hemos visto es parte de una estrategia bien planificada para meter en cintura lo mismo a empresarios que a banqueros para fijar la agenda de la cuarta transformación.
Dicen que Ricardo Monreal y el Presidente electo realmente trabajan de la mano para que los banqueros entiendan que se les acabó el espacio para la usura y que realmente no había intenciones de vulnerar la autonomía del Banco de México, y mucho menos aceptan que haya un pleito entre Monreal y López Obrador.
Lo que no pueden justificar es por qué el Gobierno entrante se ha creado una burbuja de inestabilidad financiera que hará que el paquete económico del primer año de gobierno de López Obrador inicie con dólares más caros, tasas de interés más altas, la confianza magullada, los pronósticos empeorados y, por añadidura, una baja drástica en los precios del petróleo que menguarán más los ingresos públicos.
Cada centavo que sube la cotización del peso frente al dólar no es sólo un problema de los fifís que salen de shopping a Estados Unidos, implica presiones inflacionarias y una carga adicional para el servicio de la deuda pública denominada en divisas.
Cada punto adicional que suben las tasas de interés es una posibilidad menor para una familia de acceder a un crédito al consumo o hipotecario y para el Gobierno significa tener que aportar un premio mayor a los prestamistas que compran bonos gubernamentales.
Sin confianza no hay inversiones y, por lo tanto, disminuyen las contrataciones laborales, no mejoran los ingresos y la economía tiende a crecer mucho menos. Para el Gobierno implica tener una menor recaudación fiscal.
Y con la baja en los precios del petróleo, si bien se paga menos por la importación de productos derivados, como las gasolinas, también se obtienen menos recursos por la venta de hidrocarburos al extranjero.
López Obrador prometió un paquete económico sin aumentos de impuestos y sin déficit, lo que constituye, si dice la verdad, que se reduce significativamente el monto disponible para repartir entre los gastos en infraestructura y sociales que tiene programados.
Y si encima de todo esto, el pueblo bueno lo obliga, a través de las consultas amañadas de finales de este mes, a construir el Tren Maya, las refinerías, a dar pensiones a viejitos y jóvenes, pues será imposible cumplir con la disciplina prometida.
Si el paquete de ahorros presupuestales no es tan espectacular como promete el equipo entrante, quedan dos opciones: el incumplimiento total de las promesas de gasto o la irresponsabilidad financiera.
Esta última, que parecería tendencia en un Gobierno como el entrante, tiene dos caminos: aceptar desde el paquete económico que se presenta el 15 de diciembre que serán irresponsables con el gasto. O bien, presentar un paquete pulcro que sea letra muerta en el ejercicio del gasto y dar la sorpresa de la indisciplina en cada reporte de finanzas públicas que quieran publicar.