“Estoy pensando en sumarme para crear una organización política que pueda ejercer en específico lo que la política significa: la vigilancia del poder” (Excélsior, 08/11/2018). Esta fue la declaración de Felipe Calderón, unos días antes de formalizar su renuncia al PAN.
En primera instancia, y más allá del gobierno o la persona de Calderón, el hecho de que los expresidentes mexicanos puedan apostar a una vida política tras su sexenio (y no tengan que seguir un “pacto de silencio” injustificable y tribal) es señal de la democratización echando raíces; de la política siendo un poco más libre. Y en segunda, ¿bajo qué condiciones estarían intentando levantar un partido el expresidente y Margarita Zavala?
En términos democráticos, veamos el último reporte de Latinobarómetro (2018): 43 % de los mexicanos no concuerda con la afirmación “La democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno”; 48 % percibe al país como “una democracia con grandes problemas”; y el 84 % se declara “poco o nada satisfecho” con el mencionado esquema.
En otras palabras, el mexicano aún tiene muchas sospechas sobre las ventajas de la democracia; no por nada, según Latinobarómetro, a 44 % le “da lo mismo” un gobierno democrático que uno autoritario, y 12 % abiertamente preferiría este último. Y parte de ese humor se explica por la nula “pedagogía social” que ha descrito José Woldenberg: “Faltó explicación suficiente del proceso de transición democrática para que la sociedad fuera capaz de apropiárselo y fuera digno de ser (…) defendido” como, argumenta el académico, sí sucedió en España con una profunda socialización de su transición (2015).
Y en términos de confianza institucional, veamos la más reciente entrega de Mitofsky (octubre, 2018): solo 5 de cada 10 “confían” en los partidos políticos actuales. Para una nueva organización partidista, tal escenario es un incentivo para tres cosas: 1) innovar en su acercamiento a la ciudadanía; 2) edificar un arreglo interno democrático real, que atraiga y retenga (vía capacidad de crecimiento) mexicanos de a pie y no solo a hijos de políticos; y 3) constituir de manera formal (o por lo menos actuar como) un “gabinete de sombra” permanente (como es ahora toda política electoral) frente al gobierno de López Obrador.
Los datos de Latinobarómetro y de Mitofsky no son positivos, pero insisto: representan una oportunidad para los que quieren presentar nuevos argumentos. La construcción de MORENA, por ejemplo, le dio a López Obrador un escaparate mediático inmenso y un propósito político tangible como opositor. Mientras PRI y PRD sigan en la lona, y el PAN se mantenga dividido, la dupla Calderón-Zavala podría llenar ese vacío en la agenda partidista.
Por último, llama la atención el concepto de “vigilar al poder”. Michael Freeden, de la Universidad de Oxford, ubica esta idea como la más valiosa tradición del liberalismo clásico y “la primera (…) y más duradera capa” de sus variantes (2015). Esta noción, sumada a la lógica expansiva del poder y la presidencia que claramente maneja el próximo presidente, debería ser razón suficiente para escuchar los argumentos de su predecesor.
@AlonsoTamez
aarl