Cuesta no hacerlo, pero la semblanza de este soberbio futbolista que ha anunciado su retiro, no puede comenzar con goles, con trofeos, con su tremenda capacidad para llenar una cancha.
Desde 2005 estaba claro que, sin importar a dónde llegara Didier Drogba como delantero, su biografía había de iniciar con su discurso que terminó la Guerra Civil de Costa de Marfil: “¡Marfileños y marfileñas! Del norte y del sur, del centro y del oeste. Hemos demostrado hoy que todos los marfileños podemos coexistir y jugar juntos con un sueño en común: calificar al Mundial. Nos hemos prometido que el festejo unirá a nuestro pueblo. Hoy, les rogamos, de rodillas: ¡Perdonen! ¡Perdonen! ¡Perdonen! Somos un solo país en África, tenemos tantas riquezas, no podemos caer en guerras así. Por favor, bajen sus armas. Hagan elecciones, organicen elecciones, y todo estará mejor”.
Ese día se salvaron miles de vida y culminó un conflicto que parecía no tener fin, como no fuera la partición del país entre el norte musulmán y el sur cristiano, no sin antes incrementar todavía más la cuota de sangre.
Poco después de ese episodio, se desplazó al norte a fin de compartir con esa parte de los marfileños su Balón de Oro africano y prometió que la selección ahí jugaría. No sólo volvió con el equipo nacional, goleando y reconciliando a cada momento al país, sino que además lo hizo con el presidente en el palco: así, Drogba por sí solo consumó lo que ningún político podía ni, acaso, quería. Él fue la cara de la paz.
La confrontación tuvo ciertos rebrotes años más tarde. Los jugadores del norte, como Yaya Toure, acusaron que eran pitados al ir al sur a una convocatoria. No obstante, todo cambió tras esa clasificación: Costa de Marfil tuvo un mal debut en Alemania 2006 (quedó fuera en la primera ronda), mas sin esa participación, es difícil entender qué curso habría seguido esa historia.
Didier tuvo su primer desprendimiento de casa al ser subido a un avión rumbo a Francia, solo y con un collar rojo que indicaba su nombre, a los cinco años. Viviendo con su tío, un futbolista humilde que cambiaba permanentemente de equipo en segunda categoría, cambió de ciudad hasta siete veces en nueve años. Rogó que le devolvieran a su tierra, pidió por mamá entre sueños, sufrió discriminación en localidades que jamás habían tenido residentes negros, llegó a pensar que el futbol no era para él luego de innumerables rechazos, hasta tocar la cima.
El palmarés del Chelsea no sería igual sin él, como quizá sin su concurso la selección marfileña (ya tres veces mundialista) todavía no hubiese debutado en una Copa del Mundo. Pequeñeces toda esas, incluso su Champions League ganada en 2012, considerando lo que representó más allá del césped.
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