¿Se vale usar el término fifí? Hay un par de columnistas del entourage morenista que se han dado a la tarea de convencernos de ello. El argumento es, en esencia, que es un término que desnuda una realidad ominosa largamente silenciada, es decir, la de la pobreza –te digo fifí porque el mundo es desigual, porque la sociedad es injusta, porque eres un privilegiado y yo no–, y que no es un término ofensivo, porque se dirige contra los privilegiados y nadie que haya sido privilegiado merece el privilegio de ofenderse. Porque no hay “discriminación a la inversa”.
Carlos Bravo Regidor les respondió ya con inteligencia en un artículo (Los fifís y la cuarta transformación: una realidad que engaña), apuntando a lo evidente: cuando la palabra “fifí” sale de los labios del Presidente electo, con un poder probablemente inédito en el México postordacista, no estamos ante un acto de resistencia, sino ante una ostentación de eso, de poder; ante un acto intimidatorio. Añadiría algunos detallitos.
Por ejemplo, que exista o no la “discriminación a la inversa”, la visión maniquea de un mundo en el que todo lo que no es pobre es automáticamente culpable ha demostrado traer consecuencias nefastas –revisen el siglo XX-. Porque no, la sociedad no se explica en términos de pobres buenos y ricos malos. Hay tonos de gris. De la misma forma, no, la pobreza no es un cheque en blanco; y no, la pobreza no es un problema largamente escondido: hay 30 millones de votos que dicen lo contrario: nos ha preocupado, aunque sin duda hemos fallado patéticamente en resolverla.
Sostengo, para terminar, que sí, existe la meritocracia en México, cierto que en mucha menor medida de lo deseable, como muestran algunos casos en el entourage morenista, para empezar. Sobre todo, no: Andrés Manuel López Obrador no es producto de la pobreza, por mucho que intenten convencernos de ello.
Con todo, les concedo el punto: digamos fifí. Y dejo esta idea sobre la mesa: se vale, análogamente, decir chairo. Porque la palabrita no estigmatiza la pobreza o la militancia en general. Por el contrario, habla de una militancia clasemediera con problemas de superioridad moral, de doble discurso, de condescendencia salvapatrias; de una militancia arrogante y desinformada, a veces oportunista y siempre libre del pecado de la duda. Nadie ha llamado chaira a, digamos, Marichuy. El chairo es un fifí con fe del converso. Se entiende que a algunos les parezca tan irritante: “desnuda el privilegio”, para usar sus términos. Sospecho que lo seguirán escuchando.