Para que la portación de suegro incómodo sea una razón para no distinguir a un extranjero, como Jared Kushner, con la Orden Mexicana del Águila Azteca, debería primero pasar ese “delito” por el Congreso antes de rasgarse las vestiduras por tal reconocimiento.
Pero como las Cámaras de Diputados y Senadores están dominadas por la mayoría del Presidente electo, y Andrés Manuel López Obrador está totalmente de acuerdo con el reconocimiento al yerno y asesor del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pues mejor que busquen otro pretexto para hacer su pataleta.
Y cómo no estaría de acuerdo López Obrador si la renegociación del Acuerdo México, Estados Unidos y Canadá (con el alias de T-MEC) es una de las pocas certezas con las que iniciará su administración pasado mañana.
Cuando la transición era tersa y dominaba el optimismo, la conclusión del T-MEC implicó un fortalecimiento del peso frente al dólar y la proyección de escenarios económicos más alentadores para el país.
Pero la sucesión de pifias posteriores ha deteriorado el escenario económico y financiero a tal nivel que hasta el propio Presidente electo ha tenido que salir en varias ocasiones a tratar de tranquilizar a los mercados.
Evidentemente que la caja de Pandora la abrió el propio López Obrador con el empecinamiento, lejano a toda lógica, de cancelar la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco.
El mal cálculo de que esto sí demostraba poder y no costaba tan caro abrió la puerta a los peores demonios que puede tener cualquier Gobierno que inicia: la desconfianza y la incertidumbre.
Fue la alfombra roja para que los más radicales sembraran la bomba legislativa de pretender regalar los servicios bancarios, lo que acabó por despedazar los nervios de los inversionistas en los mercados financieros.
Desde esa misma trinchera se afectó a las empresas mineras, agravando la caída. Y por supuesto que no había razones para no creer que la cuarta transformación sería capaz de dilapidar las reservas internacionales del Banco de México y de confiscar el dinero de los trabajadores ahorrado en sus cuentas individuales para el retiro.
Ha tenido que ser el propio López Obrador el que salga a plantar cara para asegurar que esas estrategias de comunistas trasnochados no serán parte de su gobierno.
Pero hace falta mucho más. Es como parte de un sueño, pero el próximo Presidente debería hacer tres cosas: mandar un mensaje creíble, controlar a sus huestes y aprender a rectificar ante los errores.
Este sábado tendrá todos los reflectores apuntando a él y podría delinear con más claridad lo que ha dicho en redes sociales respecto a la certidumbre que se necesita para mantener las inversiones.
Es el momento ideal para dejar clara la línea a sus legisladores que se han brincado las trancas, y en el más salvaje de los sueños es el día perfecto para rectificar la pifia de la cancelación del aeropuerto de Texcoco.
Al final, la confianza de los capitales y la estabilidad de los mercados sirven para que el de López Obrador sea un Gobierno estable.