Soy de los que vieron el cambio de poderes en el Zócalo con mucha preocupación. No me gustó la galería de tiranuelos, ni la idea de convertir al Estado en motor de la economía, ni el Presidente en pie de guerra y de rodillas en una ceremonia de limpia, por muy “pueblo originario” que sea su origen. Asimismo, la apertura de Los Pinos me pareció una bravuconada simbólica y una frivolidad, leer el tuit de converso de Muñoz Ledo fue tristísimo y la radicalización del entourage obradorista, no ya de Yeidckol, que ha perdido cualquier temperancia, sino de muchos personajes moderados que han abjurado de cualquier propensión crítica, es un mal síntoma. Estoy, pues, pesimista. Espero de veras equivocarme.

¿Y la Ciudad de México? Hay una esperanza no infundada en que en estos vecindarios las cosas funcionen mucho mejor, y sobre todo con menos intemperancia que en el ámbito federal. Hay señales inquietantes: la vocación todoabarcadora del Presidente, que perfectamente podría incluir a la capital y de la que a Claudia Sheinbaum le costaría mucho emanciparse, y detalles como poner bajo amenaza el Gran Premio, inquietante no sólo por lo que implica para la economía capitalina, sino por la idea de Gobierno que parece implicar: esa condena a la prosperidad, esa idea de que “los pobres” merecen acceso gratuito al espectáculo por el hecho de serlo, tan cuestionable en tantos planos: tan, perdón, populista.

Pero Sheinbaum ha montado un gabinete básicamente no sólo libre de personajes discutibles como Bartlett, Yeidckol o Bejarano, sino conformado por personas que en general tienen credenciales para desempeñar sus puestos –no hay ingenieros agrónomos encargados de aeropuertos–, algunas irreprochables, como Rosaura Ruiz, y que atenderá asuntos incomprensiblemente abandonados, como la movilidad, con la promesa de inversión en transporte público, la digitalización, tan necesaria, y la seguridad, hecha pedazos en la administración anterior.

Más allá de la eficacia y la sensatez, lo que esperamos que domine en la administración por venir es el espíritu democrático y hasta libertario que ha dominado en esta ciudad desde hace al menos 20 años, y que muchos vimos en peligro, en el país, el 1 de diciembre. Un espíritu que sin duda ha distinguido las carreras de muchos miembros del nuevo Gobierno. Ojalá, por los chilangos y por el país completo, que lo honren.