En democracia, politizar un problema suele ser el primer paso para resolverlo. La politización debe ser tolerada siempre y cuando no ponga en riesgo la democracia (por ejemplo, no debemos tolerar a políticos violentos). Y la polarización, entendida como división gradual de algo antes más o menos homogéneo, es resultado de la politización, y viceversa. La polarización, pues, son las orillas de la politización. Pero cuando la democracia y la tolerancia frecuentan esas orillas, es más probable que caigan al vacío.

Pew Research Center (PRC), encuestadora estadounidense, ha realizado siete estudios en 23 años (siempre con las mismas preguntas) para documentar el comportamiento de la brecha de opinión con respecto a 10 posiciones políticas (“polarización”, le llama) entre ciudadanos identificados como Republicanos o Demócratas, desde 1994 hasta 2017.

Por ejemplo, la brecha creció ante la afirmación “Los pobres la ‘tienen fácil’ porque pueden obtener beneficios del gobierno sin hacer nada a cambio”. La diferencia entre Republicanos y Demócratas que coincidían con esta frase era de 21 puntos en 1994, pero en 2017 fue de 45 (cada vez más Republicanos coinciden con esta visión, y cada vez menos Demócratas).

Con respecto a “La mejor manera de asegurar la paz es a través de la fuerza militar”, en 1994 la diferencia eran 16 puntos y para 2017 eran 40 (más Republicanos, menos Demócratas). Y ante “Las leyes ambientales estrictas cuestan empleos y dañan la economía”, la grieta creció de 10 a 38 en 23 años (más Republicanos, menos Demócratas).

Si bien en temas como inmigración y homosexualidad ambos polos se han vuelto más “permisivos” (sigue la brecha, pero cada vez menos Republicanos y Demócratas tienen visiones negativas sobre estos), de las 10 categorías, en 8 aumentó la adhesión a posiciones contrarias (dispersión hacia los extremos): la brecha promedio para las 10 cuestiones pasó de 15 puntos en 1994, a 36 en 2017. En otras palabras, la tierra común entre Republicanos y Demócratas es cada vez menor.

¿Estos datos son solo politización cotidiana (hoy sube, mañana baja, pero ni el arreglo institucional ni los derechos están en riesgo) o comienzan a mostrar una polarización preocupante (coexistencia de opuestos cada vez menos sostenible/probable)? Hay argumentos para ambas, pero hay un dato reciente que, por su vínculo directo a una más difícil coexistencia de opuestos, refuerza la idea de polarización nociva en Estados Unidos.

Según la encuestadora Gallup, en 1958, 18 % de una muestra aleatoria de americanos quería que su hija (hipotética o real) se casara con un Demócrata, 10 % con un Republicano, pero a 72 % no les importaba el perfil partidista. Esto cambió en 2016 cuando Lynn Vavreck, profesora de ciencia política en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), replicó el estudio: 28 % quería que su hijo o hija (la pregunta se adaptó a ambos sexos) se casara con un Demócrata, 27 % con un Republicano, y solo 45 % declaró que no les importaba

La homogeneización social es sueño de dictadores, pero tampoco podemos volvernos irreconocibles entre nosotros. El caso estadounidense debería ser una llamada de atención para México en términos de qué y cómo debemos empezar a medir una posible polarización más allá de lo político-electoral. ¿Por qué? Porque hoy tenemos un presidente que cuando dice “pueblo” no se refiere a todos los mexicanos, y una oposición partidista que lo equipara con Hitler y Stalin en su propaganda. Estamos algo frenéticos. Por eso.

@AlonsoTamez

aarl