Un día después de que anunció la retirada de las tropas de EU de Siria, el Presidente de EU, Donald Trump, dio a conocer que James Mattis, apodado “perro furioso” dejará el Pentágono en febrero próximo.
Tras meses de desencuentros, que llevaron a Trump, a referirse a él como “una especie de demócrata”, se confirmó la salida del secretario de Defensa considerado una de las pocas voces sensatas de la Administración.
La marcha de Mattis supone un motivo más de preocupación para aquellos que han visto cómo, con el paso del tiempo, Trump ha ido cincelando un Gabinete hecho a su medida y cada vez más alejado del equipo de tecnócratas y especialistas del que se rodeó al comenzar su mandato, en enero de 2017.
En sus meses al frente de la cartera de Defensa, Mattis, un general de cuatro estrellas retirado y con amplia experiencia en combate, logró dejar atrás su reputación de guerrero sanguinario. Sus diferencias con Trump incluyen, una de las promesas de campaña del mandatario, el retiro de tropas de Siria. El todavía Jefe del Pentágono había advertido sobre los riesgos de un repliegue militar prematuro.
Nacido el 8 de septiembre de 1950, en la localidad de Richland, (Washington), Mattis se alistó en el Cuerpo de Infantería de Marina a los 18 años, lo que no le impidió graduarse en Historia en la Universidad Central Washington.
En 1991 combatió en Irak, durante la operación Tormenta del Desierto y tras los históricos atentados del 11 de septiembre de 2001 fue uno de los primeros militares estadounidenses desplegados en Afganistán, como comandante de las fuerzas de vanguardia de los marines.
Tras más de cuatro décadas de carrera militar, Mattis decidió dedicar su vida civil, pero a finales de 2016, Trump le ofreció hacerse cargo del Departamento de Defensa.
Las concesiones a Corea del Sur, los rumores de una salida precipitada de las tropas desplegadas en Siria, las palabras amables al Kremlin y las constantes críticas a la OTAN, acabaron erosionando la relación entre el presidente y un secretario.
Ni siquiera el recelo que ambos sentían hacía Irán sirvió para acercar posturas. A pesar de que el general retirado siempre abogó por cerrar filas con sus aliados, Trump decidió dar un portazo y abandonar el tratado nuclear con Irán, para desesperación de la comunidad internacional.
Estos desencuentros, nunca públicos, eso sí, llevaron a Trump a perder la confianza en quien debía ser no sólo su mano derecha, sino una mano de hierro con la que golpear primero.
Este distanciamiento entre ambos quedó de manifiesto el pasado octubre cuando, durante una entrevista, el mandatario le puso una etiqueta al militar que ahora suena a sentencia: “Tengo una buena relación con él, pero creo que es una especie de demócrata”.
LEG