Hoy, como cien años atrás, la meta del Comité Olímpico Internacional no es la inclusión sino la audiencia. Más que pensar en realmente integrar a la mayoría de las disciplinas y hacer sentirse representados a todos los deportistas, lo que el COI pretende es elevar sus alcances, de lo que deriva multiplicar el valor de sus Juegos y, evidentemente, de sus ingresos.

En su momento eso llevó a intensas negociaciones con la FIFA por mantener al futbol a bordo, aun a costa de concesiones que habrían sido impensables para deportes menos populares. O a devolver al béisbol al programa de competencias justo cuando los Juegos viajan a un país beisbolero como Japón. O a coquetear con el cricket en búsqueda del numeroso mercado indio y pakistaní. O a acercarse al concepto de los deportes extremos con especialidades como ciclismo BMX (incursionó en Beijing 2008) o skateboarding desde Tokio 2020.

En el camino que nos ha llevado hasta el listado actual, hubo rarezas como las competencias de jalar la cuerda entre 1900 y 1920, breves incursiones de motonáutica (sí, el único deporte motor en Olímpicos ha sido en agua y no sobre asfalto) y hasta pelota vasca.

Sin embargo, ninguna modificación en el programa olímpico habrá sido tan significativa como la que se continúa tejiendo: ¿los e-sports o videojuegos en plenos Olímpicos de verano?

Un debate pertinente ha de apuntar hacia, primero, determinar si son un deporte, si basta con su indiscutible carácter competitivo, si la destreza para manipular un control remoto puede homologarse a la necesaria para los deportes convencionales –porque muchos podrán decir que se requiere tan específica habilidad como la utilizada en un clásico del olimpismo, como el tiro deportivo.

Ya después, comprender la contundencia de las cifras: un incremento de público de quince por ciento anual y miles de millones de dólares potenciales en marcas. ¿Qué mejor patrocinio que el de las multinacionales programadoras y creadoras de los principales videojuegos?

Meses atrás, Thomas Bach se deslindaba asegurando que esa decisión corresponderá a quien le sucede en el cargo principal del COI, para después referirse con preocupación a la carga de violencia que muchos videojuegos acarrean. No obstante, tanto París para 2024 como Los Ángeles para 2028 verían con muy buenos ojos esa incorporación, pensando en la derrama económica que supondrían.

El olimpismo se debate ante esa especie de punto de no retorno: ya no jugar en la realidad, sino en un monitor, aunque, armados de gran entrenamiento y estrategia. Su principal razón para el paso es la misma que le llevó a abrirse a otros deportes: cantidad de devotos y perspectivas de aumento.

Twitter/albertolati

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