“Hemos perdido la épica de la Revolución mexicana que le dio (…) cohesión al país durante décadas. Perdimos luego la épica de la modernización que trató de sustituir a la de la Revolución luego de la crisis de 1982 y cuyo vuelo fue interrumpido por la crisis política de 1994 y la económica de 1995. Nos quedó solo la épica de la democracia que cumplió su promesa (…) en el año 2000 y desde entonces parece un barco estancado”.
Esta reflexión del historiador Héctor Aguilar Camín hecha en julio de 2009, aparece en su más reciente libro “Nocturno de la democracia mexicana” (Debate, 2018). Páginas antes, en otra sección, el autor resume mejor la idea del citado párrafo: “Cumplido su sueño de instaurar la democracia, México descubre que se ha quedado sin un referente común”.
En julio de 2009, momento de dicha reflexión, México seguía sorteando la crisis financiera internacional del año anterior y apenas se recuperaba la emergencia nacional que significó la influenza AH1N1 semanas antes. Asimismo, en ese momento la violencia daba un salto preocupante: de 8.4 homicidios por cada 100 mil habitantes en 2007, se llegaría a los 17 a finales de 2009 (INEGI). En otras palabras, el país no tenía muchas opciones para la esperanza.
Después llegaría Peña Nieto con una reciclada épica de modernización pero le agregaría un aderezo de efectividad en democracia. Y por año y medio, pudo promoverla con elementos gracias al considerable éxito del Pacto por México y por disminuciones en homicidios dolosos en 2013 y 2014 con respecto a 2010, 2011 y 2012. Después vendrían las pésimas reacciones ante los casos Ayotzinapa y Casa Blanca, y la narrativa peñista se iría al caño.
AMLO llegaría con una nueva propuesta de épica: “erradicar la corrupción”. Si bien la ciudadanía dio su aval en la elección de 2018, hoy dos elementos amenazan su instauración como referente común: 1) el presidente confunde disminución de privilegios en el sector público con combate a la corrupción y 2) la retórica divisiva del propio AMLO.
Sobre el primer punto: el país requiere cumplir con la legislación anticorrupción vigente (Estado de Derecho); mucha mayor transparencia presupuestal en niveles subnacionales (instituciones con incentivos y recursos para combatirla); y la despolitización de dicha agenda vía la mayor independencia posible. Vender una idea de austeridad como política anticorrupción es demagogia, por más aplaudible que sea la medida en lo individual.
Y sobre el segundo: el rasgo común de las épicas unificadores que menciona Aguilar Camín fue el acuerdo colectivo, en una proporción importante de la sociedad y por algún tiempo, sobre el rumbo a tomar. Hoy todos coincidimos con “erradicar la corrupción”, en parte gracias a que AMLO volvió el tema prioritario. Pero su discurso divisivo como presidente (“fifís”, “neofascistas”, “canallas”, etc.) podría terminar opacando su propuesta de épica anticorrupción, y ello confirmaría una noción que flota en el aire desde 2006: AMLO es mejor dividiendo al país, que uniéndolo.
@AlonsoTamez