A una mala estrategia de combate al robo de combustibles, que ha llevado al desabasto y a la sensación de escasez, no ha seguido una disculpa y una corrección. Se ha optado por aplicar el sello de la casa de la polarización.
El Presidente, Andrés Manuel López Obrador, actúa como candidato y no como mandatario cuando asegura que tiene la información de cuándo se va a restablecer el suministro de gasolinas, pero no la da a conocer para no alimentar a quienes lo cuestionan.
Entonces, la respuesta del Gobierno federal ante una de las más graves crisis de abasto en lo que va del siglo es reservarse información importantísima para que no la usen sus adversarios.
Así, los ciudadanos que hace dos meses buscaban las gasolinas menos caras entre las diferentes marcas y zonas de sus ciudades, hoy se conforman con el combustible que sea, en la cantidad que se pueda y, de paso, pelean aquéllos que creen que el Gobierno se equivocó con su estrategia y los que creen que no pasa nada y que todo es un escándalo para golpear a la administración de López Obrador.
La intención del Gobierno parece que era la mejor, cortar de tajo con uno de los delitos más onerosos y de mayor complicidad con las autoridades: el robo de combustibles. Pero no queda duda que la estrategia fue perfectamente mal implementada.
En el análisis del costo de oportunidad de las decisiones radicales que ha tomado este Gobierno parece ausente un componente básico: pensar en los ciudadanos.
Esto ocurrió con la cancelación del aeropuerto. Los más afectados por esa arbitrariedad fueron los ciudadanos. Aquéllos que tendrán que pagar más dinero por volar, perder más tiempo para viajar. Y todos los mexicanos que nunca conocerán un avión, pero que van a tener que contribuir para pagar la cancelación.
Había tantas opciones antes de cancelar el Nuevo Aeropuerto Internacional de México, como había tantas alternativas de combatir el robo institucional de gasolinas sin dejar de surtir a la ciudadanía los combustibles.
Pero ante un manotazo en la mesa, de poco sirven aquellos análisis que eventualmente le hubieran acercado al Presidente sobre las consecuencias de tomar ciertas decisiones radicales.
Lo que han logrado ambas decisiones es una reacción idéntica entre los afectados directos e indirectos: desconfianza.
Desconfianza en las garantías de inversión, en el caso del aeropuerto y desconfianza en el correcto abasto de insumos básicos, en el caso de las gasolinas. Ambas con costos elevados.
La sensación de escasez no fue generada por los adversarios del Presidente; fue producto de una mala decisión que dejó sin gasolinas a millones de personas. El desabasto en algunas gasolineras, en algunas entidades del país, genera una reacción en cadena que lleva a las compras de pánico.
Pero no son los adversarios del Presidente, no tienen por qué ponerse en el papel de resistir los ataques; son las malas decisiones las que autosabotean sus mejores intenciones.
La improvisación, la falta de estrategia y la visión maniquea son las que minan los posibles buenos resultados que tanto anhela este Gobierno.