Santiago Abascal tiene cara de tipo duro. Es un hombre fornido de anchas espaldas y barba cerrada. Camina pisando fuerte como sabiéndose seguro de sí mismo, queriendo imponer demasiado respeto. Santiago Abascal es el líder de VOX, el partido de extrema derecha que ha surgido de las cenizas en las elecciones autonómicas de Andalucía.
Esta fuerza política ha pasado del desconocimiento más absoluto al estrellato, de ser tortuga a ser liebre. No tenía ningún peso hasta que el resto de las fuerzas políticas con sus errores le han aupado a convertirse en un partido político que pesa en la arena pública española.
Si en las elecciones de Andalucía se ha convertido en el instituto político que le ha dado la llave de la gobernabilidad al Partido Popular, hay que pensar en él como una fuerza política importante de cara a los comicios generales de este año o el próximo.
En las próximas votaciones podríamos tener representantes parlamentarios de la extrema derecha. Y no hay que llevarse las manos a la cabeza, no. La falta de sensibilidad de los partidos políticos tradicionales, el hecho de que los políticos miren hacia sus ombligos y no hacia los ciudadanos, el fomento de la desigualdad social, la creación de empleos sumamente precarios, todo ello ha contribuido a que la opinión pública española desprecie cada vez más a los políticos tradicionales y ponga su vista en modelos que giran hacia los extremos, hacia populismos que tampoco resuelven nada, pero que son más efectivos, al menos en los mensajes.
Este fenómeno que ha ocurrido en España, donde la política se aleja cada vez más hacia los polos, está ocurriendo en gran parte de Europa. La ciudadanía del Viejo Continente está cansada de los mismos vicios, del tejemaneje de las clases dominantes. Por eso es lógico que haya nacido en Francia el movimiento de los “chalecos amarillos”, donde la propia ciudadanía exige, con actos violentos, a las autoridades que cuiden más de los ciudadanos y se preocupen menos en ver cómo siguen robando.
Francia, Austria, Holanda, Italia y parte de los países nórdicos son semilleros de votos hacia las posiciones más extremas. Hablamos de los países más desarrollados y relevantes de toda Europa. Si son tantos ciudadanos los que buscan posiciones extremas, habría que preguntarse qué están haciendo los políticos tan mal.