La última vez que apareció en público la primera ministra británica, Theresa May, tenía la cara desencajada. Las bolsas de sus ojos se habían pronunciado. Parecía que no había descansado. Y así era. Han sido demasiados meses con las negociaciones del Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Fueron muchos quebraderos de cabeza ante una Gran Bretaña que aún no sabe qué es lo que quiere.

Lo que ha demostrado Reino Unido con el Brexit es que jamás estuvo tan desunido. La mitad de la población quiere seguir perteneciendo a la Unión Europea. La otra mitad prefiere un suicidio colectivo al más puro estilo sectario. Sin embargo, la Unión Europea no canta mal las rancheras.

La idea de crear una Europa unida nació en los años cuarenta del siglo pasado. Se trataba de un sueño guajiro. Y nunca mejor dicho. Cada país europeo era de su padre y de su madre. Cada uno tenía lenguas distintas, monedas distintas, formas de pensar completamente distintas. En el Sur eran católicos y trasnochadores de francachelas. En el Norte eran luteranos o calvinistas, metódicos hasta el extremo. Unir a las dos Europas y a los países que la integraban era como juntar el agua y el aceite. Pero se hizo porque todo se puede, incluso cuando es contra natura.

Estamos “juntos” en un club selecto y privilegiado con una moneda única, un espacio de seguridad sin fronteras, un comercio sin aranceles y muchas más prebendas.

Pero insisto que es muy difícil que los antagonistas puedan permanecer unidos por mucho tiempo. Por eso el experimento de la Unión Europea es sólo eso, un experimento.

La tragedia radica en que a estas alturas del partido ya no podemos despegarnos. Si lo hiciéramos sería una tragedia de consecuencias indeseables. No hay más que voltear y mirar a nuestros vecinos de Gran Bretaña. Claro que siempre se puede estar peor. Pero hay que mirar a los que están mejor.

El proyecto europeo podría estar abocado al fracaso. Aquel sueño de realizar los Estados Unidos de Europa tiende a difuminarse.

Resulta paradójico. El mundo se alinea en bloques y es fundamental que Europa sea uno solo. De lo contrario, se puede morir en sus propias cenizas.

Si los mandatarios europeos no rectifican, eso es lo que nos puede pasar. De nada servirá todo el acervo cultural e histórico del que nos vanagloriamos.