Tal vez la palabra que sintetice mejor el incipiente sexenio sea “normalización”. No me refiero a la “normalización” del abasto de combustible, que hay que ser de veras muy ingenuo para pensar que se va a conseguir pronto. La normalización a que me refiero es esa que, como nos enseña la historia del siglo XX, destruye las democracias y las economías en que se sostienen, por deficientes que sean unas y otras. Lo de la gasolina puede tener la virtud de recordárnoslo.
¿A qué me refiero? A que, de pronto, parezca normal formarse sólo tres horas en una gasolinera, es decir: al racionamiento. A que la explicación de ese racionamiento sea diferente cada día. A que la responsable, Rocío Nahle, le diga al Presidente en la conferencia mañanera que sí, en media hora nos proporciona los datos de compra de combustible que “no tiene a mano”, y días después los datos sigan sin aparecer. A que el director de Pemex sea un ingeniero agrónomo sin la menor experiencia en ese campo. A que el jefe de finanzas de Pemex diga flow cash frente a los de la banca gringa, la reunión sea un desastre y el Bank of America recorte el pronóstico de crecimiento de México a 1%, es decir, a la mitad que ese “crecimiento mediocre” que tanto criticaron el Presidente y sus economistas afines en sexenios pasados, y a años luz del 4% que nos prometieron.
También, a que el motor del desarrollo, una expresión de por sí anticuadona, sean tandas, trenes y refinerías. A que se cancele una obra sin que haya evidencias de la corrupción que tanto denunciaron los perpetradores de la cancelación y se tiren 13 mil millones de dólares a la basura. A que un legislador proponga darle muerte al INE. A pactar con el PRI para militarizar al país.
Y es que no, no estamos ahí, pero, de Venezuela a Rusia, así, con la normalización de la incompetencia, de la no rendición de cuentas, de la mentira, una normalización perfectamente calculada por quienes gobiernan, sus opinadores a modo y sus pandilleros de redes sociales, es como se muere lo mejor que tienen los países, y a la larga los países mismos. Porque no, no es cierto que la situación de México en los años pasados no fuera susceptible de empeorar, y porque no, no hay señal alguna de que los problemas que efectivamente teníamos vayan a resolverse.
Va a ser un sexenio largo y agotador. Hay que empeñarse, en medios, en redes, donde sea, sin ceder al desaliento, en poner el dedo en el renglón. La alternativa es esa: ser el enésimo país que muere de normalización.