Hacía falta una fe digna de místicos o iluminados, para creer que el uso de la tecnología acabaría con la polémica en el deporte. Tanta fe como la de aquellos que pensaron que, con el avance de las ciencias, con los inventos, con la mayor vanguardia técnica, el ser humano sería más feliz que nunca.
Por supuesto, así como no hace faltar estar peleados con el desarrollo tecnológico para admitir que el acceso a internet desde el celular o un eventual coche volador no garantizarán la armonía general, lo mismo acontece en el deporte: no por asumir que la controversia seguirá tan viva como para ver atracos en los momentos cumbre de los partidos, tenemos que dejar de considerar que la implementación del videoarbitraje era tan prudente como urgente.
Este fin de semana hubo escándalo arbitral en al menos cuatro frentes: en la Liga Mx por el gol no concedido al Toluca frente a Chivas; en la española, por el tanto del barcelonista Luis Suárez tras impactar con sus pies las manos del portero rival; en la NFL, con la absurda decisión de no conceder una interferencia de pase favorable a Nueva Orleans, que sin duda hubiera sentenciado el pase al Súper Bowl a su favor; en el Abierto de Australia, el español Pablo Carreño insultando al juez de silla, por no haber repetido una jugada en la que su remate había tocado línea, tras la cual Kei Nishikori remontó en la muerte súbita para eliminarlo.
Sólo cuatro ejemplos que confirman que en el reino del videoarbitraje persisten lo debatible y los delirios de persecución, que ni ahí la justicia es segura. Persisten por añadir al teóricamente infalible y unificador de criterios video (algo falso), el arbitraje, es decir, el juicio humano.
No sólo eso, sino que ahora quien se siente perjudicado, reacciona todavía con mayor furia, asumiendo que un segundo filtro, meditado, razonado, relajado, debió evitar el error; persuadiéndose de que la equivocación fue más bien un intencionado y alevoso ataque.
Si antes cada cual veía lo que quería ver o lo que sus colores le conminaban a ver, ahora cada quien interpreta el video como mejor acomoda a sus intereses, armado por la específica toma que le da la razón.
Como en el debate político, aquí el deporte como tal es lo de menos: ¿argumentar y escuchar? Imposible: sólo gritar con estridencia (acaso para maquillar la interna falta de convicción) que se tiene la razón.
Parece absurdo que Nueva Orleans no esté en el Súper Bowl por tamaña omisión. No así, desde mi humilde opinión, la indignación en los otros casos, en los que los ángulos disponibles dejaron a los aficionados como estaban: con más fe que razón.
Twitter/albertolati