En junio de 1932, unos 15 mil veteranos estadounidenses de la Primera Guerra Mundial marcharon sobre Washington D.C. ¿La razón? Ocho años antes, en 1924, el Congreso había autorizado para ellos bonos de 1000 dólares, bajo la condición de que serían canjeables hasta 1945. El argumento de los marchistas era sencillo: la Depresión de 1929 había dejado a muchos ex soldados en la calle, por lo que pedían adelantar el canje.

Los inconformes, si bien no fueron recibidos por el presidente Herbert Hoover, sí lograron dialogar con legisladores. La demanda encontraría apoyo en la Cámara de Representantes, pero en el Senado sería rechazada bajo argumentos de prudencia presupuestal. La mayoría de los veteranos admitieron la derrota y partieron a sus estados, pero muchos, entre 2,000 y 5,000, que además viajaban con sus familias, realmente no tenían a donde ir, por lo que decidieron quedarse en el campamento que habían montado pasando el río Potomac.

Esto generó tensiones en el área de D.C., ya que entre los “huéspedes” seguían presentándose brotes de protesta. El vaso se desbordó tras un fallido intento de desalojo por parte de la policía, que dejó dos veteranos muertos. Hoover, republicano bastante impopular y totalmente rebasado por la Depresión, mandó a las tropas del General Douglas MacArthur: seis tanques y cientos de soldados a caballo con rifles y espadas, desalojaron a veteranos y familias con gases lacrimógenos, para después quemar sus campamentos.

Horas después, buena parte de la opinión pública criticó la pérdida de proporciones en la respuesta federal; al fin y al cabo, se trataba de estadounidenses que pelearon por su país en las lodosas trincheras europeas. Perseguirlos a ellos y a sus familias con tanques y caballos ponía en entredicho muchos de los supuestos valores del Ejército, como el honor y el agradecimiento. Hoover argumentó que había comunistas, anarquistas y otros radicales entre los manifestantes, pero el daño estaba hecho: a meses de enfrentar al demócrata Franklin Roosevelt por la presidencia, su figura se hundía hasta el punto del no retorno.

Para sorpresa de pocos, en noviembre de 1932, Roosevelt derrotó a Hoover, llevándose 42 de los entonces 48 estados (hoy son 50; Alaska y Hawai se unen a EEUU hasta 1959). Se respiraba experimentación pero los veteranos aún tenían hambre, por lo que en mayo de 1933 volverían por su bono, solo que esta vez la reacción del gobierno sería muy diferente.

En su biografía de Roosevelt, “Una vida política” (Penguin, 2017), Robert Dallek registra ese cambio: “Los veteranos fueron ‘asesinados con amabilidad’. Roosevelt les ofreció un campamento del Ejército, tres comidas al día, un sinfín de café, y una gran carpa donde podían recitar el contenido de sus corazones. Él aceptó conversar con sus representantes, y la Sra. Roosevelt los visitó un día lluvioso, caminando con el barro hasta los tobillos”.

Dallek concluye: “Hoover envió al Ejército; Roosevelt a su esposa (…) Tras dos semanas, la mayoría de los veteranos ingresaron afables al Cuerpo Civil de Conservación (programa de empleo temporal), y la segunda (ola de veteranos) se encontró con un Waterloo indoloro”.

@AlonsoTamez