En Venezuela la democracia se quebró. Del sublime y pujante país sudamericano quedan sus memorias. Los bolívares reducidos a bonches de papeles que sirven sólo para alimentar fogatas. La hiperinflación ronda la impronunciable cifra del millón 300 mil por ciento.

Todo reflejado en hambre y desnutrición. La miseria es generalizada salvo para el círculo más íntimo del Presidente formal, Nicolás Maduro, a quien aún le alcanza para regocijarse en los mejores restaurantes del mundo.

No hay viabilidad en un país con una pobreza escalada a 90% y 60% en pobreza extrema.

La crisis humanitaria -reconocida por la propia ONU- contrasta con la imagen propagandística que transmite Maduro, quien persiguió y aniquiló a los medios de comunicación. El heredero de Hugo Chávez decidió enterrar la cabeza en la arena y rodearse de incondicionales para abstraerse.

La Revolución Bolivariana que diseñó el ex presidente Chávez se autodestruyó. Más de 3.6 millones de venezolanos han huido de la peor versión del populismo. El mayor éxodo en la historia de América Latina.

Las grandes empresas emprendieron la estampida de un régimen que declaró al libre mercado como su enemigo y recetaba la expropiación.
Maduro no tiene capacidad de respuesta. Su intrusión en la economía acelera el desastre. No funcionan sus aumentos al salario mínimo de 3,500% y haberle quitado ya cinco ceros a su moneda.

Además, su legitimidad está ampliamente cuestionada, pues ha gobernado verticalmente, desconociendo la división de Poderes y a la Asamblea Nacional.

Sus elecciones de mayo de 2018 resultaron una broma de pésimo gusto siendo el único candidato real en la contienda y con árbitro a modo. Por eso ahora la oposición venezolana se reagrupa en la figura del proclamado “Presidente encargado” Juan Guaidó.

Venezuela sacude el tablero internacional.

El bloque intervencionista es liderado por Estados Unidos. Resulta ingenuo pensar que el trumpismo no esté seducido por el petróleo, gas y oro venezolanos. Pero también vecinos de Venezuela, como Colombia, Brasil y la propia OEA, claman el fin del régimen populista por razones humanitarias.

En el otro bloque, Rusia, China, Corea del Norte, Turquía protegen a Maduro para defenderse a ellos mismos de Estados Unidos.
En medio, España, Francia, Inglaterra y Alemania se asoman para instar a que el problema se resuelva con nuevos y urgentes comicios.
México, apelando a la no intervención y libre autodeterminación de los pueblos, aún reconoce la Presidencia de Maduro, pero por maniobra del canciller Marcelo Ebrard insta al diálogo y a una salida política al conflicto.

No deberíamos permanecer apáticos ante la violación de derechos humanos que impiden que otros pueblos se autodeterminen mediante la vía democrática.

Por cierto, Maduro habría intentado ya retirar los mil 200 millones de dólares que Venezuela tiene en oro dentro del Banco de Inglaterra. Rechazada su petición. Se teme que hurte el dinero de los venezolanos.