La anormalidad como rutina, todo cuanto rodea a Neymar es extraño, incluso el manejo de sus lesiones.

Consecuencia no sólo de su estrafalario carácter y el amplio séquito que le rodea (los llamados toiss: una banda de amigos de la infancia, colgados de su vida cual si de un Big Brother borracho se tratara), sino también del pertenecer a dos Estados, cuando el común de los futbolistas son propiedad de la iniciativa privada o de un club de socios.

El dueño de Neymar no es un millonario común, sino el mismísimo emir de Qatar. A eso se añade que, dada su repercusión social en Brasil, sus derechos morales corresponden al estado brasileño. Así que el muchacho se deja querer, mientras cada cual jala una pierna hacia un costado del océano Atlántico: los qataríes legitimados (faltaría más) por el pago de un traspaso de 222 millones de euros, más el salario anual de 30 millones de euros libres de impuestos; los brasileños haciéndose fuertes bajo el entendido de que el único camino de Neymar al trono de Pelé, Garrincha, Romario, Ronaldo, es título mundialista de por medio. Dos Estados que han convertido a ese joven en su mayor carta diplomática: posicionarse y maquillarse, mejorar su imagen internacional, goles con aires de geopolítica.

Un año atrás, al lesionarse por primera vez el quinto metatarsiano, el cuerpo médico de la selección verdeamarela impuso la determinación de operar a Neymar, porque poco le interesaba tenerlo de regreso a la brevedad con el PSG, siendo su prioridad que llegara pleno al Mundial. Esta vez, recaído de idéntica lesión, se ha vuelto a decidir más allá de las oficinas del club parisino –y esta vez, sin Mundial en el horizonte, la elección ha sido evitar la cirugía.

Como sea, la millonaria compra de Neymar se justificó por la necesidad del PSG de conquistar Europa (porque la liga suele ganarla con comodidad) y el año pasado no pudo utilizarlo mientras era eliminado. Algo similar, en esta ocasión no contará con su crack en octavos de final y es factible que tampoco en unos eventuales cuartos.

Eso, evidentemente, no es culpa del futbolista ni de su acaso desenfrenado modo de vida. Sí, la peculiar manera en que a su alrededor se toman las decisiones. ¿Qué club permitiría que no se le consulte en lo tocante a un patrimonio valorado en más de 200 millones de euros? Muy pocos, aunque el PSG se habituó pronto a que Neymar hace lo que quiere –o lo que su entorno quiere–, que gracias a ese esquema logró sacarlo de Barcelona.

Twitter/albertolati

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