Los agoreros del desastre nos equivocamos: el arrasamiento de la economía puede ser mucho más rápido de lo que imaginábamos.
Llevamos dos meses de 4T. En sumas y restas, el aeropuertazo nos costará no menos de ocho mil millones de dólares; el crecimiento, según Bank of America, será de 1%, cuando le pegábamos en automático a 2%; las Afores cayeron; el desabasto ha costado fortunas; los bloqueos de la CNTE, fortunas todavía mayores. La última es que Fitch bajó la calificación de Pemex, que está a la orilla del precipicio. Una más y nos reprueban, con un efecto desastroso para la economía en su conjunto.
Lo de Fitch asusta porque si la calificadora evalúa la capacidad para pagar de Pemex y Pemex tiene el respaldo del Estado, lo que plausiblemente evalúa Fitch, más allá del oso del flow cash, es a la administración en funciones: no le cree. Como, según todos los indicios, no le creen el Bank of America, el FMI, que más conservadoramente, pero también calcula a la baja nuestro crecimiento, y The Wall Street Journal. Pero asustan más las reacciones de nuestro Presidente. Los ciudadanos podríamos resignarnos a financiar la “curva de aprendizaje” de la 4T, por mucho que a los Gobiernos no se les paga para aprender.
Pero nada indica que haya un proceso de aprendizaje. Las reacciones presidenciales apuntan, por el contrario, al enconchamiento, la guerra contra el mundo. ¿TWSJ? Poco serios. ¿Fitch? Hipócritas. O peor: complotistas. Contribuyeron a la quiebra de Pemex. Pero el aislamiento, como el complotismo, como la invasión de la esfera privada por la pública –el Gobierno amenazando a las empresas que no acepten a sus “becarios”– es un síntoma de eso que dicen que no existe, pero que acaba con los países: el populismo. También son sintomáticos el culto a la miseria y la idea del Presidente como una encarnación del bien, de la moral, que por lo tanto no necesita cumplir con las leyes.
Me dicen en redes sociales que me complazco en los fracasos del Gobierno. Créanme que no: soy demasiado clasemediero, egoísta, para eso. Lo que quiero es que nuestro Presidente rectifique. Que ponga a la cabeza de Pemex a alguien capacitado, y que en la próxima comparecencia, sus enviados lleven un plan de negocios viable. Que su administración sepa corregir el rumbo, y no destruir lo que mi familia, como muchos millones más, ha construido con trabajo y decencia, a cambio de fracasar en el combate a la pobreza. Vaya, que no estoy celebratorio: estoy preocupado. Mucho. Muero de ganas de aplaudirle al Presidente.