La prestigiosa revista alemana Der Spiegel es mucho más que un referente de peso del periodismo serio y con criterio dedicado a ciudadanos que también lo tienen. Se trata de toda una leyenda de la democracia de la Alemania de la postguerra. Pero poco a poco el mito va perdiendo brillo.

Resulta que el influyente semanario, que construyó su orgullo al publicar audaces críticas contra los excesos del poder, acompañadas de meticulosas investigaciones rellenas de pruebas factuales y condimentadas con punzantes moralejas, se convirtió -contra su voluntad, obvio- en un gran tema de investigación internacional.

Todo por culpa de un vergonzoso escándalo de Claas Relotius, un joven reportero de 33 años, que hasta hace poco recibía lluvias de elogios por sus fascinantes historias y su envidiable estilo narrativo. Relotius llevaba la etiqueta de “ídolo periodístico de su generación”. La gloria quedó borrada de un plumazo cuando salió a la luz que había inventado testimonios y protagonistas en muchos de sus textos que parecían cuentos de hadas.

La antigua gloria de Der Spiegel se alzó con cuatro premios nacionales de periodismo -el último sobre un niño sirio bajo las bombas-, un galardón de la prensa europea, reconocimientos de la CNN que en 2014 lo nombró “Periodista del Año” por sus “magistrales reportajes”, sin olvidar codiciados trofeos de “Forbes” y muchas otras distinciones.

Inventó historias como la de los menores iraquíes secuestrados por el Estado Islámico, la de una mujer estadounidense que viajaba a su país para presenciar ejecuciones, la de presos de Guantánamo. Falsificó una entrevista con los padres de Colin Kaepernick, el astro del futbol americano arrancando suspiros de fascinación de millones de lectores.

Desde diciembre pasado ya no forma parte del team Der Spiegel, que despidió al impostor y tuvo que ofrecer disculpas a su público.

El reportero confesó su “crimen”, pero también trató de justificarlo, diciendo que “lo hacía por miedo al fracaso” o que “la presión aumentaba a medida que crecía mi éxito”.

La trampa de Relotius nos invita a reflexionar no sólo sobre el buque insignia de la prensa alemana y europea. Abre un profundo debate en torno a las exigencias del periodismo digital en nuestra época postmoderna, donde la realidad narrada fascina mucho más que la descrita.

Artículos con gran ritmo, dramatismo, carga emocional e historias de suspenso funcionan como terapia, y esta terapia la necesita cada vez más el lector de hoy, moldeado por las series de Netflix.