Con la 4T empiezan a multiplicarse las expresiones tipo: “Vamos directo al precipicio. Por esto no votamos”. Bien, me toca el papel antipático de decirles que sí, sí votaron por esto. Y es que nuestro presidente no dice mentiras: puede ser contradictorio o ambivalente en lo puntual, pero sus promesas de fondo, las de siempre, las está cumpliendo, y rápido. Promesas que, como ha dejado claro una y otra vez desde hace década y pico, consisten en una reinvención del mundo, en un restartear la realidad.
Bien, compatriotas: así es la reinvención del mundo. Bienvenidos a Utopía.
Porque sí, Utopía es un lugar feo para vivir, como nos han demostrado todos los supremos ingenieros sociales, de Hitler a Chávez. No quiero decir con esto que nuestro presidente forme parte de esa nómina. Pero comparte ese afán de reinventar el mundo, que, ya deberíamos haberlo entendido, lo que malamente esconde es una pulsión destructiva. Publicó en El País el brillante Antonio Ortuño, hombre perfectamente ajeno a fanatismos, una columna en la que da un baño de ácido a los críticos del obradorismo que incurren, digamos, en una pretensión profética: en “jeremiadas”.
Esta vez, disiento. Es cierto que el futuro no está escrito, pero lo que se puede leer es alarmante. En lo económico, sin duda: los miles de millones de Texcoco, la zafiedad del equipo de Pemex que fue a negociar a EE UU y nos costó otra pila de millones, machacar a la Fórmula 1 y meter dinero en el tren, los pronósticos de recorte de crecimiento que van de grandes, como el del FMI, a enormes, como el de Bank of America, o la idea de increpar a las calificadoras, más el aviso del Banco de México de que hay, ya, una desaceleración.
Y no es solo la economía: es la militarización y es la concentración de poder, una concentración que le dieron los votos, pero que redondea con el despido masivo de empleados de gobierno, muchos de ellos –Daniel Goldin– trabajadores capaces y necesarios que han sido remplazados por trabajadores incapaces pero obsecuentes, y sobre todo con el arrasamiento de todos los órganos independientes y la división de poderes: el bajón de presupuesto contra el INE y el INEGI, el fiscal carnal, la terna para la Suprema Corte. Como remate, la amenaza de una nueva constitución.
Enrique Krauze fue uno de los intelectuales más vituperados por los líderes de opinión filoobradoristas. Lo fue porque, según todos los indicios, tuvo razón. Antes que nadie, supo nombrar el inquietante fenómeno de la destrucción disfrazada de redentorismo que se nos venía: mesianismo.
LEG