Los aires de libertad se mueven con firmeza en Venezuela. Toma forma la posibilidad, cada vez más real, de que el régimen de Nicolás Maduro se caiga como un castillo de naipes. Cuando una dictadura tiende hacia el aislacionismo, siempre termina mal.
Maduro debe tener ya todo cerrado. Su salida debe estar meridianamente estudiada o, al menos así debería ser. El problema es que tiene demasiados compromisos. No sólo se trata de su salida porque, si él se va, ¿qué va a pasar con sus acólitos, aquellos que le siguieron incondicionalmente por las prestaciones que recibían? Me pregunto qué pasará por las cabezas del aún Vicepresidente Tareck El Aissani; del Ministro de Exteriores, Jorge Arreaza; del Ministro de Educación, Elías Jagua, y de la Ministra de Centros Penitenciarios, Iris Varela.
Escribo esos nombres porque se trata del círculo más cercano de Maduro. Saben perfectamente que si Maduro se va, su suerte podría correrse en los tribunales. Por eso, quiero pensar que lo tiene atado y muy bien atado.
Por otra parte, me intriga Cuba. La isla ha sobrevivido durante muchos años gracias al petróleo venezolano. Con Guaidó al frente del país todo eso desaparecerá y Cuba pasaría por más penurias de las que ya tiene.
Me llama la atención también el silencio del Gobierno cubano con respecto a Venezuela. Los pronunciamientos han sido mínimos, empezando por el propio Presidente Díaz Canel. Por cierto que, en plena crisis, Maduro envió cien toneladas de ayuda a Cuba, dando el mensaje de que todo seguía con normalidad. Pero la realidad es otra; la realidad es que existe un auténtico terremoto en Venezuela, un temblor que está cambiando la política radicalmente.
Pero el asunto venezolano no es exclusivo del país ni de la región. Afecta a nivel global. Rusia tiene en ese país caribeño a un satélite, su aliado latinoamericano. Putin sabe de su importancia a todos los niveles y va a luchar hasta donde pueda porque el régimen no desaparezca. Aunque las negociaciones son las negociaciones. Ya Rusia se quedó con la Península de Crimea. No se puede tener todo.
Venezuela camina hacia una salida inexorable de la libertad. Y parece que ahora sí.