El capital político son las reservas y mecanismos de influencia sobre la sociedad y la clase política que un político tiene y gasta para alcanzar sus objetivos (Banfield, 1961). Buena parte de este se sustenta en la popularidad de un gobernante; es decir, entre más aceptado es en una población, más influencia tiene. Por eso la popularidad importa, y mucho.
Hace unos días, El Financiero publicó que 86 % aprueba la gestión de AMLO, y ese número amerita una pregunta: ¿el capital político inicial de un gobernante (el recopilado tras la victoria) es proporcional a la duración de la “luna de miel” (periodo entre la victoria y los primeros meses de gobierno en el que parte de la población ignora sus limitaciones) de ese gobernante con el electorado? EPN ganó con 11 millones de votos menos que AMLO y con una diferencia mucho menor entre primero y segundo lugar. Sin embargo, su “luna de miel” duró un decente año y medio (hasta Ayotzinapa y la “Casa Blanca”) gracias, en esencia, al éxito del Pacto por México como motor de reformas (se esté de acuerdo o no con estas).
Sería francamente esquizofrénico que 30 millones de votantes de AMLO lo odiasen a los dos meses de gobierno. La tendencia que vemos en la encuesta de El Financiero es normal: un político disfrutando del beneficio de la duda que le ha dado, y le seguirá dando por un tiempo, la población. Pero como le pasa a todos los políticos, tarde o temprano el apogeo se apagará. La diferencia sustancial, tras ese inevitable golpe de realidad, es que unos logran conducir un país tanto en las buenas como en las malas, y otros solo pueden en las buenas.
AMLO ha tenido suerte; sus primeras crisis le han explotado en plena “luna de miel”. Por eso es que, ante errores mayúsculos cómo cancelar el NAICM o respaldar a Maduro, la gente aún no concede que el tabasqueño se equivoca. Pero dentro de año y medio o dos, ese apoyo de 86 % va a bajar. Y el tema central será cómo reaccionará AMLO ante esa natural caída de popularidad. ¿Se recuperará? Imposible saberlo hoy, pero lo que sí sabemos es que recobrar puntos toma mucho trabajo mediático y concesiones políticas.
Un ejemplo es Emmanuel Macron, presidente de Francia. Macron enfrentó los meses más duros para un presidente galo en años: las protestas de los “chalecos amarillos”, iniciadas en noviembre por el anuncio de un nuevo impuesto a los combustibles, dejaron 2,800 heridos y 1,700 detenidos para finales de diciembre. Macron, que al inicio pareció desdeñar a los inconformes, sufrió un golpe en la popularidad ante su incapacidad para contenerlos.
Según la encuestadora IFOP, que en mayo de 2017 (inicio del mandato) tasaba la popularidad de Macron en 66 %, para octubre de 2018 (antes de las protestas) su aceptación era de 33 %. Ya para diciembre caería hasta 23 %. Solo tras eliminar dicho impuesto a los combustibles y calmar a un sector de los “chalecos”, es que Macron empezó a recuperar puntos perdidos. Para inicios de febrero, su aceptación logró escalar a 34 %.
Por supuesto que son casos diferentes y no podemos proyectar más que tendencias a la baja para AMLO, en alguna proporción y en algún momento. Pero el caso de Macron representa bien cómo la popularidad es, la mayoría de las veces, un espejismo. Y recuperarla, para reconstituir el capital político, pasa por duras medidas como aceptar menores ingresos fiscales eliminando un impuesto que un gobierno estimaba necesario.
@AlonsoTamez