Hablar de esclavitud en pleno siglo XXI suena por demás anacrónico, fuera de época o, en el mejor de los casos, un problema más que superado. Lamentablemente, la realidad nos asalta para recordarnos que el pesado mal que se creía propio del siglo XVI y ya superado, sigue vigente, ahora transformado en lo que las legislaciones nacionales e internacionales denominan “trata de personas”.

Pero el comercio de personas en los tiempos actuales no sólo no se ha remontado, peor aún, “goza de cabal salud”. Las cifras son reveladoras, mientras que entre los siglos XII y XIX se comerciaron 12 millones de esclavos, en las tres últimas décadas, 30 millones de personas en el mundo han sido víctimas de explotación forzada con fines sexuales o laborales.

Para muestra, un ejemplo reciente. Apenas el lunes pasado conocimos por la Policía de Ontario de la liberación de 43 mexicanos -la mayoría hombres de entre 20 y 46 años-, que bajo engaños fueron llevados a Canadá para obligarlos a “trabajar” en hoteles para labores de limpieza, en condiciones inhumanas. De acuerdo a la información, además de las precarias condiciones en que los mantenían, debían integrar a sus captores parte de sus pírricos salarios para cubrir gastos de transporte, manutención y de “logística”.

Esto nos recuerda que el crimen organizado transnacional es cada vez más sofisticado, lo que obliga a autoridades a modernizar y actualizar las estrategias en materia de seguridad. Pero, además, sin la cooperación y coordinación entre países de origen, tránsito y destino, su erradicación se hace cada vez más que imposible. Está visto que para el delito global no existen fronteras.

De acuerdo a la Convención contra la Delincuencia Organizada Transnacional, para un eficaz combate contra la trata de personas “se requiere un enfoque amplio e internacional en los países de origen, tránsito y destino, que incluya medidas para prevenir, sancionar a los traficantes y proteger a las víctimas”. Esto evidentemente se traduce a elaborar estrategias integrales y coordinadas para las víctimas mediante mecanismos nacionales, regionales e internacionales.

En las líneas de trabajo de las nuevas autoridades federales, particularmente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, debe estar el diseño de los acuerdos necesarios para contrarrestar la trata de personas, inicialmente con los países de América Latina y, en el mediano plazo, con Europa y Asia.
La trata de personas, el mal del siglo XXI como se le ha llamado, ya no es un fenómeno propio de piratas. Ahora es más sofisticado, y su combate debe serlo también.

LEG