Nadie puede negar que las cuentas, las sumas y restas, ni hablar de cálculos más complicados, no son el fuerte de la administración obradorista. Por un lado está la vocación de repartir billetes para “arreglarlo” todo, desde el huachicol hasta el desempleo entre jóvenes, aceptando que se trate de “arreglar” algo y no, como se ha repetido, de comprar votos. Por otro lado, está esa fobia a cualquier actividad productiva, con futuro, propia del siglo XXI, es decir, la fobia a crear dinero y los empleos que le dejarían a esa administración dispendiosa unos impuestos que claramente va a necesitar.

Fobia a la Fórmula 1 que es fifí: adiós a esa derrama económica para la Ciudad de México. Fobia a las energías renovables, a las que Bartlett ya les metió un golpe fulminante, con todo y que cualquier país dirigido con dos dedos de frente sabe que es la única apuesta energética viable. Fobia a un aeropuerto como el de Texcoco, que nos va a costar una fortuna más la de hacer el de Santa Lucía, cuyas ganancias, de existir, irán ¡al ejército! Fobia a las estancias infantiles, que sí, eran un negocio de particulares, pero que sobre todo permitían que muchas mujeres se sumaran al mercado laboral.

Fobia a los ductos: mejor pipas-bomba ambulantes. Fobia al conocimiento: al conocimiento del inglés, de la conducción de una empresa y del negocio de los hidrocarburos, que tal vez hubieran permitido que Pemex se salvara de que su deuda entrara a la categoría de basura, con un costo de miles de millones de dólares. Fobia al conocimiento científico y tecnológico, en el que no por casualidad invierten sólidamente todos los países ricos, de ahí que Conacyt sea el espectáculo bochornoso en que lo está convirtiendo su actual titular, capaz de poner a cargo de la comisión de bioseguridad a una mujer que estudió diseño de modas.

No, no dan las cuentas. No se puede gastar tanto e impedir tan tenazmente que el país siga produciendo. ¿Sorpresa? No. Está cantado desde hace 18 años que a recorrer este camino, un camino de fracaso comprobado, era a lo que nos iba a llevar este régimen. El camino populista: olvidar el detallito del dinero. Lo que sigue también es un camino conocido: que el Presidente, con nula tolerancia a la frustración, haga lo que todos sus predecesores en el estatismo y la vocación asistencialista: clamar contra los otros –imperialismo, mafia en el poder– para explicar el fracaso, y persistir en el camino del suicidio económico.

Disfruten su fin de semana.