En el universo de la moda ya nada será igual. Las veladas artísticas de los salones parisinos perderán su brillo, glamour y ese toque deliciosamente picante que aportaba el Kaiser Karl Lagerfeld, fiel a su fama de provocador excéntrico. Las pasarelas se verán como ritos fúnebres porque se nos fue, a los 85 años de edad, el último emperador del estilo, una figura irreemplazable y, además, todo un ícono pop.
Se necesita tener la piel bien curtida y una disciplina de hierro para mantenerse a lo largo de más de cinco décadas en la cúspide, gobernar el Olimpo de la Alta Costura con autoridad. Karl lo logró, incansable hasta el último momento. Consiguió materializar su gran sueño de infancia (transcurrida en un pueblo donde no pasaba nada cerca de Hamburgo, Alemania, durante el nazismo) de diseñar vestidos sofisticados de lujo en la Capital Mundial de la Moda, París.
Llevaba 36 años al frente de la casa tan legendaria como él, Chanel, que con tanto esfuerzo había fundado en 1910 la gran Coco Chanel. Le dio brillo a la marca con gestos atrevidos, entre ellos el lanzamiento de minifaldas o pantalones de mezclilla. La arriesgada apuesta -que hubiera provocado náuseas a Coco Chanel, acérrima enemiga de las prendas por encima de la rodilla- funcionó a la perfección.
Visionario, siempre en sintonía con los tiempos que corren. Eso sí, sin perder su seña de identidad: lentes de sol, pelo recogido, camisa blanca, traje oscuro, guantes de cuero, cadenas y puestas en escena dignas de Hollywood para sus espectaculares desfiles.
La ex top model alemana Claudia Schiffer recordó al Kaiser con una frase muy acertada: “Lo que Warhol era para el arte, él era para la moda”. Dio en el clavo la gran Claudia, a la que su mítico compatriota le enseñó no sólo sobre el estilo, sino sobre cómo sobrevivir en la poderosa industria de la moda, ahí donde el lujo multimillonario va de la mano con la crueldad salpicada de envidia.
El mismo Karl Lagerfeld amaba declaraciones sarcásticas y mensajes hirientes sin pelos en la lengua, tal vez porque sabía que la polémica que generaba lo convertía automáticamente en el trending topic planetario.
¿Cómo no acordarse cuando al referirse a la cantante Adele dijo que era “un poco demasiado gorda”? Difícil olvidar aquella frase de que “nadie quiere ver a mujeres rechonchas en las pasarelas. Son las gordas sentadas con una bolsa de papas fritas frente a la tele quienes dicen que las modelos delgadas es algo horrible”. Uff, qué fuerte. Hay más: “Odio a los niños”, “Estoy rodeado de gente guapa; me horroriza ver la fealdad” o “La clase media no tiene suficiente clase”.
La palabra “jubilación” no formaba parte de su vocabulario. Trabajó sin cesar prácticamente hasta el último soplo de la intensa pasarela de su vida. Ya debe estar vistiendo a los ángeles.
Con clase, ésta nunca se extingue.