“Locura es hacer la misma cosa, una y otra vez, y esperar resultados distintos”, frase que algunos atribuyen a Einstein, y de la que no se ha podido comprobar su autoría, es la ilustración del momento priista.
El partido que se mantuvo en el poder durante 70 años enfrenta la mayor crisis en su historia, y de no ponderar el rumbo, estará repitiendo los mismos errores que lo ubicaron en el sitio en que se encuentra.
Tras la derrota que lo envió a ser la tercera fuerza política y a tener un número de legisladores insuficientes para establecer negociaciones políticas desde el ángulo de la ventaja, el tricolor se apresta a enfrentar la batalla por la que podría reinventarse o ser parte de la lista de partidos en vías de extinción: la renovación de su dirigencia.
Los interesados en ocupar la presidencia de ese partido son numerosos; el gobernador de Campeche, Alejandro Moreno, de la mano de la ex diputada hidalguense, Carolina Viggiano, anunció la intención de participar en un mecanismo abierto a las bases, es decir, por la vía del voto, para lo que antes tendrían que verificar su padrón de militantes y hacer el recuento de las deserciones tras la llegada de la denominada cuarta transformación al Gobierno federal.
Ivonne Ortega y Ulises Ruiz apoyan la consulta como método para definir la siguiente dirigencia. Por otra parte, se encuentra el doctor José Narro Robles, ex rector de la UNAM y ex secretario de Salud, que entre los círculos tricolores ha expresado su interés.
Mientras que la discusión en la cúpula priista versa sobre el método de selección, o la intención de algunos grupos, entre ellos el que encabeza el senador Miguel Ángel Osorio Chong, para que se prorrogue la presidencia de Claudia Ruiz Massieu, las bases priistas, y los comités directivos y estatales están ausentes en el discurso.
Para una gran parte del priismo, la derrota no sólo fue consecuencia de la impopularidad y acusaciones de corrupción al gobierno de Enrique Peña Nieto, también fue resultado de un desdén por el acontecer en los estados y municipios en donde se impusieron candidatos que no tenían posibilidades reales de victoria, sino la amistad y apoyo desde el centro.
En 2018 los candidatos fueron definidos en una mesa de negociación cuya estructura descansó en las cercanías, favores o favoritismos, es decir, en las decisiones cupulares sobre cualquier lógica o encuesta en tierra. Candidatos de aire, de redes sociales, del “clic”.
Después de un histórico fracaso electoral, los dirigentes priistas desenvainan la espada política y repiten la fórmula: olvidar la lógica y el acontecer en tierra.
Mientras el PRI persista en enfocar toda su energía en nombrar a una docena de dirigentes nacionales, es y seguirá siendo el partido que se olvidó de la militancia.
Repetirán las acciones y obtendrán el mismo resultado, aunque hagan la más amplia consulta para definir al Comité Nacional, si no definen a los comités municipales y estatales, y no ubican a los líderes en territorio capaces de reivindicar los objetivos priistas y cicatrizar las heridas y escisiones del desdén electoral de 2018.
Sin revitalizar y reforzar las estructuras en colonias, municipios y estados, el PRI estará nombrando al dirigente que colocará la lápida partidista