La nominación de Yalitza Aparicio para la obtención de Óscar a la Mejor Actriz por la película Roma, de Alfonso Cuarón, también nominado para ese premio como otros de sus compañeros de esa cinta, ha abierto nuevamente la vena del racismo mexicano o, en el “mejor” de los casos, racismo a la mexicana.
No es poca cosa.
En lo que va del siglo, entre otras ganadoras de ese premio al que está postulada Yalitza Aparicio están Frances McDormand, Emma Stone, Julianne Moore, Meryl Streep, Natalie Portman, Sandra Bullock, Kate Winslet, Hellen Mirren, Hilary Swank, Nicole Kidman, Julia Roberts y antes Susan Sarandon, Jodie Foster, Sally Field, Jane Fonda, Diane Keaton, Faye Dunaway, Liza Minelli… (todas ellas favoritas del escribidor, para nada perdido; ¡no, no, Sonia!, tú sabes y comprendes que mi admiración por ellas es meramente artística, no hagas caso a quienes te vengan a contar, son puros decires).
Bueno, bueno, no es el caso hablar sobre los gustos del escribidor. Estábamos en el racismo de los mexicanos.
Resulta que Yalitza Aparicio, nacida hace 25 años en Tlaxiaco, Oaxaca, de ascendencia mixteca por parte de padre, y triqui por parte de madre, de profesión maestra, y que hasta antes de la película que protagonizó no hablaba mixteco, puede ganar el Óscar, que será entregado este 24 de febrero, y de ganarlo, merecido lo tendría.
Sus impugnadores mexicanos, que son muchos y sobre todo muchas, dicen que no merece ganarlo porque no es actriz y que se interpretó “a sí misma”, aunque sea una profesora y no una sirvienta como aparece en Roma. Sus fanáticos reclaman, no sin razón, el realismo (nada mágico, cree el escribidor) de su interpretación.
Su nominación al máximo galardón del cine mundial ha provocado otra vez la salida del clóset del racismo mexicano. En las redes sociales le han dicho “pinche india”, “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda”, “lo india no se le quita ni con esos trapos”, “lo tianguis se le nota a leguas”, “seguro que luego va a poner una tortillería” y “¿te da gusto que esté triunfando la india?”, entre otros insultos discriminadores, según recopiló el periodista Joel Hernández Santiago.
Esas expresiones reflejan simplemente la envidia y el odio de quienes esclavos del poderío económico y de las buenas costumbres globales aspiran, sueñan, se imaginan en las portadas de las revistas mundiales del glamour de la realeza europea y de las modelos de las mejores casas de la moda, que ya obtuvo Yalitza Aparicio, quien ahora se codea con las estrellas del celuloide del mundo y de la nobleza, gracias a un excelente “casting” de la película de Cuarón.
La parte contraria de este hecho es igualmente despreciable, aun cuando el periodismo exige “contextualizar” la información. Anteponer el origen indígena de Yalitza Aparicio para reconocer sus méritos es racismo al revés o positivo, según los que definen estos términos.
El escribidor, provocador como es, preguntó en Facebook y en Twitter si anteponer el origen indígena de Yalitza Aparicio “¿es o no racismo al revés? No se alebresten, sólo es una pregunta. “¿Su éxito es por su origen o por su trabajo?”. Y se alebrestaron, y para bien. El escribidor repreguntó: “¿El Óscar para, por ejemplo, Morgan Freeman fue otorgado por ser el mejor actor o por ser negro?”. Si se lo dieron por su negritud, entonces debería ser el Óscar al Mejor Negro (habrá quien piense que el escribidor muestra su machismo al citar a un actor en lugar de a una actriz negra y su nula corrección política y llamar negro al negro Freeman en lugar de “afroamericano”. Ya ni modo).
Entre otras muchas de valor, lean la respuesta del periodista y escritor Braulio Peralta a esa provocación:
“Ella actúa en una película. Eso está fuera de discusión. Y lo hace excelente, asombra a los propios actores con trayectoria. Lo externo a eso son interpretaciones sociales, y posible racismo y clasismo”.
Lo cierto es que la nominación de Yalitza Aparicio causó mayor revuelta que cualquiera de los mexicanos que han estado nominados y han ganado el Óscar (hoy mismo poco se habla de la nominación de Marina de Tavira como Mejor Actriz de Reparto u otras que obtuvo Roma).
El escribidor que ve películas por el gusto de verlas (cree que la mejor película mexicana filmada nunca jamás es Llámenme Mike, y háganle como quieran, y ha visto Los tres huastecos como 30 o 400 veces), desea que los nominados por Roma ganen todos los Óscares para los que fueron nominados. ¡Brindará por ello!
Debe confesar que Roma no le satisfizo, pero a su juicio está debidamente filmada, con gran fotografía, con un guión pobretón, con grandes actuaciones y una mejor dirección… Todo hecho por mexicanos, y por eso que ganen, como ya han ganado en muchos lados.
Una vez más no vendrá mal. Cuarón, Del Toro, Lubezki ya lo demostraron en el cine, como antes Hugo Sánchez, quien a punta de goles trastocó en vítores los gritos de “indio, indio” en pleno Estadio Santiago Bernabéu de Madrid. O también el gran Fernando Valenzuela, de Etchohuaquila, Sonora, en las Grandes Ligas del beisbol.
El escribidor celebra ya y celebrará más con cada estatuilla que gane Roma, porque las sabrá bien ganadas y también por joder a los mexicanos que les duelen los triunfos de los mexicanos; celebrará quizás por simple atavismo de las convenciones sociales que permiten reconocernos (a todos los humanos) como parte de un grupo, una tribu, una etnia, un gremio, una comunidad, un país, un mundo.