Del precio pagado por un futbolista surge también su empoderamiento.

No tendría que ser así. Lejos de eso, a más millones invertidos en un fichaje, mayor habría de ser el compromiso y la disciplina del jugador. Sin embargo, resulta evidente que esto funciona a la inversa: sabiendo que el París Saint Germain apostó de tal manera por él, Neymar se elevó a una mayor categoría de diva; consciente de que había una subasta por sus servicios, Kylian Mbappé incluyó hasta la exigencia de que el club le proveyera de un mayordomo; notando lo que representaba como apuesta del Real Madrid, Cristiano Ronaldo hizo básicamente lo que quiso (empezando por bastantes goles, sí, y siguiendo por jugar donde deseara o sólo ser relevado con su previa aprobación).

La posición de un equipo se hace muy vulnerable ante fichajes de cien millones de euros. Consciente o inconscientemente, el crack asimila su rol de intocable, su exigencia de tener siempre la razón, un poder que no es sano para la salud de un colectivo donde sólo el entrenador habría de mandar.
Acaso eso influyó para que Kepa, portero del Chelsea, se negara a salir de la cancha en la final de la copa de la liga. Más de 90 millones de dólares pagados por él le daban motivos para decir al director técnico que no, que de ninguna forma, que no sería relevado.

Ya luego se pretendió disfrazar el desacato de malentendido. Disfraz poco eficiente, porque Maurizio Sarri, su entrenador, fue empujado a una encrucijada: si ahora lo pone, su autoridad queda por los suelos; si no lo pone, porque pierde al mejor portero de su plantel y recibiendo goles será despedido.

A fines de 2011, Wayne Rooney salió de copas en una noche en la que Alex Ferguson le había indicado explícitamente que no quería que lo hiciera. Poco después fue castigado con la suplencia y el United perdió ante el débil Blackburn que a la postre descendería. Un empate ese día habría bastado para que los red devils fueran campeones, con lo que Ferguson terminó por darse un balazo en el pie. Sin embargo, sería absurdo dudar de los mecanismos que convirtieron a este personaje en el DT más exitoso en la historia del futbol británico: los puntos ya no volvieron, mas su autoridad quedó intacta y su legado como líder también.

Rooney, como los aficionados, confirmó que sin su concurso el United era mucho más débil, pero se vio orillado a obedecer. De hecho, es posible asegurar que sin la tutela de Ferguson, su carrera habría quedado en menos.

¿Un jugador que no sale si no se le pega la gana? Entendible cuando ese jugador costó una cifra de casi nueve dígitos y en dólares.
Otro daño colateral de la burbuja financiera del balón: un empoderamiento que asfixiará cada vez más a quienes, en principio, están ahí para decidir.

Twitter/albertolati

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