Horas antes de escribir estas líneas visité uno de los sitios más misteriosos e insólitos de la Ciudad Luz. Lo conocen muy pocos parisinos. Los turistas ni saben de su existencia. El ambiente del lugar está impregnado de vibraciones mágicas, de ésas que imponen respeto. No exagero. De hecho, podría servir a la perfección como escenario para alguna película del universo Harry Potter.
No, no asistí a un rodaje cinematográfico, simplemente recorrí un museo muy serio, basado en la ciencia, el Museo de la Farmacia (instalado en la Facultad de Farmacia de la Universidad Paris Descartes), lleno de vitrinas de antiguos boticarios con más de 25 mil frascos de venenos y drogas de todo tipo, el más añejo data de… 1610. Toco con mis manos el polvo de la corteza del árbol de la quina y doy un salto a la época de Luis XIV; resulta que el hijo del Rey Sol -que padecía malaria- fue curado gracias a esa milagrosa sustancia.
Unos metros más adelante descubro que el curare, veneno de flecha letal, utilizado durante siglos para la caza de animales y para los enfrentamientos bélicos, hace unas décadas se transformó de pronto en un medicamento capaz de combatir la depresión. En uno de los anaqueles veo que ya en el siglo XIII los doctores prescribían la mariguana (la cannabis) para aliviar las náuseas y las migrañas.
Me doy cuenta que la línea entre la ciencia, la alquimia y los hechizos es más fina que un hilo de seda. De hecho, algunos fármacos sintéticos industriales pueden resultar más “inocentes” que muchas hierbitas o polvos vegetales capaces de matar, y viceversa. La medicina de nuestros ancestros inspira sin cesar a los gigantes de la industria farmacéutica, activa la creatividad de los artistas y la imaginación de los mortales comunes.
Otro producto que inspira muchísimo es el venenoso afrodisiaco, conocido popularmente con el nombre de cantárida o mosca española, un insecto cuyo polvo se utilizaba hasta hace poco para aumentar la libido, especialmente de los señores de la tercera edad. Sus efectos se asemejaban a los que produce el actual viagra. En el siglo XVIII la mosca española figuraba también como el producto estrella de los envenenadores profesionales, ya que permitía asesinar a alguien discretamente sin dejar huella. Una vez más queda claro que la lujuria y la muerte van de la mano.
La pequeña pastilla azul, el viagra, llegó a nuestras farmacias y alcobas hace 20 años; lleva dos décadas levantando expectativas y alargando sueños.
Mientras el mundo celebra su cumpleaños, me pregunto ¿qué hubiera pasado con ciertas figuras del pasado en la época del viagra?, ¿cómo se hubiera librado de la dictadura de la pasión sexual el Marqués de Sade, adicto a la mosca española? ¿Qué habría sido de Simón Bolívar, cuyo fallecimiento se debió -así nos lo cuenta García Márquez en El general en su laberinto- al excesivo consumo de cantárida (mosca española)? O del ex Presidente francés Félix Faure, mujeriego y coleccionista de amantes, que murió de una sobrecarga sexual en 1899 en pleno acto amoroso cooperando con una de sus amigas, mucho más joven que él, en el Palacio del Elíseo. Según la leyenda urbana, se le pasó la mano con la predecesora del viagra, la mosca española.
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