En medio de la modorra del despertar el escribidor leyó: “En democracia se vale no estar de acuerdo. ¡Defendamos las libertades y el Estado de derecho!”.
¡Ah, caray! ¿Cómo? A ver. Se restregó los ojos, buscó los lentes, se incorporó y volvió a leer. Sí así dice.
Además, por si hubiera duda alguna, la antefirma del texto proclama: “Por un México plural y democrático”.
Entonces quiso convencerse de que estaba teniendo un mal sueño; que leía un desplegado muy arriesgado en los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, vamos hasta en el Carlos Salinas de Gortari, los tiempos aparentemente idos del partido casi único, del totalitarismo del PRI; un desplegado de los tiempos en los que millones de mexicanos exigían y luchaban, desde cuando menos 1929, por la instauración de la democracia en su país, por sus derechos a la disidencia, a la libertad de expresión y manifestación, a pensar diferente.
Pero, no. En su teléfono “inteligente” buscó la fecha, también en un calendario de papel y además revisó las portadas de algunos periódicos, no fuera a ser la de malas que el tiempo hubiera entrado en un túnel de regreso. Pero no, todos coincidían: 5 de marzo del 2019.
La lectura continuó:
“La democracia no es una delegación de poder que se limita al sufragio y a seis años de silencio. El triunfo en las urnas no otorga licencia para ignorar a los que piensan diferente. Al contrario. En democracia, las y los mexicanos tenemos derecho a expresarnos libremente, a participar de la vida pública e incluso a defender posiciones críticas al gobierno.
“En fechas recientes observamos con preocupación cómo el Presidente de la República descalifica y minimiza el trabajo de distintos actores, mostrando particular rechazo a la labor de las organizaciones de la sociedad civil y los órganos autónomos. “Quienes valoramos la capacidad organizativa de la ciudadanía y creemos firmemente que ésta es clave en la construcción de un Estado de derecho democrático, consideramos inaceptable callar ante estas descalificaciones y por ello nos pronunciamos en pro de la defensa de nuestro derecho a participar y a ejercer la libre expresión”, aunque “no pretendemos tener la verdad absoluta ni que nuestra voz sea más legítima que la de cualquier otro”.
Y añade que “las sociedades que privilegian el pensamiento único rara vez generan un mayor bienestar y libertad para sus pueblos. La mejora de la sociedad depende de la existencia del desacuerdo. Por el bien de todos, acordemos discrepar de forma respetuosa y civilizada”.
Ese desplegado no tiene desperdicio ni tampoco exageración. Lo sorprendente, lo valioso, lo valiente es que sus exigencias se hacen a un gobierno mexicano electo democráticamente apenas a cien días que asumió su mandato sin duda legal y legítimo, pero en los que ha mostrado ya sus signos de intolerancia, decisiones contrarias al bienestar común y a los intereses colectivos, falta de respeto a los gobernados y a sus organizaciones y, por si fuera poco, notoria incapacidad para gobernar para todos.
Fue firmado por 105 ciudadanos, en lo individual, y 72 organizaciones civiles de todo el país. Sus respetuosos reclamos son justos y lamentablemente necesarios.
Hace, digamos, uno o siete o trece o 20 años ese desplegado no habría tenido razón de ser. Pero en el caso que se hubiera sido publicado, seguramente el ciudadano Andrés Manuel López Obrador lo habría firmado. Pero hoy, el presidente de la República llama “ternuritas” a quienes exigen contrapesos al poder unipersonal y deploran la sumisión del Congreso de la Unión y los ataques al Poder Judicial, a los organismos autónomos y los de la sociedad civil, tal como lo hacían los mexicanos luchadores por la democracia hace 30, 40 o 50 años.
Habría que recordar que aún en los peores tiempos del viejo PRI, hubo priistas que con inteligencia y serenidad, como Jesús Reyes Heroles, quienes creían, decían y practicaban aquello de quienes resisten, apoyan, para valorar la actividad de sus opositores. Hoy, en los tiempos del nuevo partido de Estado, no han sobrevivido ni la inteligencia ni la serenidad. Ya se pagarán los costos políticos, económicos y sociales de ese desatino.
Ojalá todo fuese sólo un mal sueño. Todo indica que no. Lástima grande por los cientos de miles de mexicanos que lucharon por la democracia.