Para lo único que no está hecho un equipo grande es para la nada. ¿Alinear tres meses a sabiendas de que lo mismo (o casi) dará el resultado? ¿Saltar a la cancha resignados a que, jugando bien o mal, poca diferencia hará? ¿Sentarse en la banca con la inevitable certeza del despido, apenas intrigado el entrenador por cuándo será?
Desde que el martes el Ajax le eliminó de la Champions League, el Real Madrid se ha convertido en el Estragón de Samuel Beckett y vive esperando a Godot…, o, más que vivir, deambula cual alma en pena, esperando no sabe qué, fantasma de Pedro Páramo al que sólo falta susurrarle que ya murió.
Santiago Solari, víctima antes que causante de este desastre, hurga en su profundo vocabulario para ocultar de enésimas formas lo que no puede decir: que le tocó ejercer de capitán en este naufragio, que se prescindirá de él en unas horas o máximo en unas semanas, que trabaja ya no enjuiciado sino sentenciado a la peor condena.
Tres meses en los que bastará sumar unos cuantos puntos para conservarse en puestos de calificación a Liga de Campeones y nada más. Con varios jugadores conscientes de que no les queda más que una gira del adiós, figuras y actitudes nostálgicas de lo que fueron, vacío absoluto.
Difícil para quienes en las últimas temporadas estuvieron habituados a tocar su pico de rendimiento a inicios de mayo, cuando los trofeos importantes se dirimían, este año horrible terminará desafiando a la afición merengue a lo que no sabe hacer: el desinterés.
Para los equipos chicos no existe premio mayor que pisar marzo a sabiendas de que se han salvado y entonces cada cotejo se convierte en una verbena que celebra la permanencia. Para los grandes, todo es posible menos no jugar por nada.
Lo mismo Solari cae este lunes y desde ya se inflaman los corazones blancos con la reconstrucción. O, dependiendo de quién le sustituya, la desolación podría ser más grande para quienes juegan y para quienes vitorean. Mourinho da vueltas sobre esta carroña y amenaza con devolver al club a sus trincheras. No importa que todos los grandes títulos del Madrid contemporáneo hayan sido con líderes más empáticos que disruptivos, el péndulo ha rebotado hacia el otro extremo y acaso toque autoritarismo.
En lo que ese es el debate central del equipo que reinó sobre Europa en cuatro de los últimos cinco años, en la cancha el balón se pierde de vista. Quienes habrían de perseguirlo, citan a Becket: “Esperamos. Nos aburrimos. No, no protestes, nos aburrimos como ostras, es indudable (…) Dentro de unos instantes todo habrá terminado, volveremos a estar solos, en medio de tanta soledad”. Esperan a su Godot. El horror.
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