Es ya larga la lista de los damnificados por el “tsunami” morenista en el poder: organismos autónomos con carácter oficial; grupos de empleados y trabajadores despedidos o mermados en sus ingresos, sin otro argumento que la voluntad o el techo salarial del Presidente; empresarios y medios de comunicación ridiculizados e injuriados; mujeres trabajadoras sin guarderías para sus hijos pequeños; mujeres víctimas de violencia conyugal sin refugio; derechohabientes del seguro popular que lo pierden de pronto; usufructuarios de comedores comunitarios que se quedan sin ellos; directores de organismos (oficiales o no) atacados y desprestigiados por molestos e inútiles para el Gobierno, usuarios indigentes de albergues manejados por un voluntariado filantrópico y un etc. tan largo como se quiera.
No debo dejar de mencionar a las víctimas mortales que, si bien no pueden atribuirse directamente al nuevo Gobierno, tampoco puede ocultarse que ocurrieron dentro y gracias al clima social creado y nutrido diariamente por él, y cuyo manejo, al menos hasta hoy, no puede satisfacer a nadie. La caída del helicóptero en el que la gobernadora poblana, Martha Érika Alonso, y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, hallaron una muerte horrible, según los medios; el incendio (perfectamente evitable) de un ducto de Pemex en Tlahuelilpan, Hidalgo, que causó de un golpe más de 130 muertes, y, finalmente, el asesinato del líder morelense Samir Flores, un hombre, al parecer, pacífico y bueno que encabezaba la oposición a la termoeléctrica de Huexca, Morelos, que el Presidente quiere echar a andar a toda costa.
Sobre este último caso, me impresionó lo publicado por Beatriz Pagés Rebollar, mujer inteligente y de noble estirpe periodística, pues es hija del mítico director de la revista Siempre, don José Pagés Llergo, tabasqueño por cierto, que llenó toda una época del periodismo mexicano. Doña Beatriz publicó, con fecha 1° de marzo, un artículo encabezado así: “Samir no se arrodilló y lo mataron”. Ya en el cuerpo de la nota, se dice: “Ese clima de miedo, violencia, radicalización y venganza que priva en los municipios de los alrededores es lo que dejó la arenga presidencial del pasado 20 de febrero en Morelos, cuando acusó a hombres y mujeres de habla náhuatl, piel curtida por el sol y pies rajados por la tierra de ser mercenarios transnacionales”. ¡Duro pero certero diagnóstico!
Pues bien, todos los damnificados, individuales y colectivos, así como columnistas, articulistas y politólogos que los defienden, ponen especial cuidado en “deslindarse” de Antorcha Campesina, en dejar claro que no son lo mismo que nosotros, justamente porque saben que no solo hemos sufrido los mismos o más virulentos ataques que ellos, sino que, además, tenemos el honor de haber sido los primeros en sufrirlos y los más reiterada y persistentemente difamados por el Presidente de la República en los tres meses que lleva su gobierno. Las víctimas del “tsunami” morenista y sus voceros le temen más al peligro de que se les empareje, confunda o mezcle con esa vergüenza nacional que es Antorcha, que a los mismos ataques de los cuales se supone que se defienden.
Pero hay dos corrientes fácilmente distinguibles. a) La de quienes creen, sincera pero ingenuamente, que realmente somos un grupo de extorsionadores, corruptos, protegidos de las más sucias mafias del poder a quienes hemos servido de brazo armado y de fuerza de choque. Son gente que solo se informa (y a veces poco y mal) a través de la televisión, la radio, las “redes” y, en menor medida, de la prensa escrita; nos ven, por tanto, con los ojos de quienes hablan a través de esos medios. También hay aquí periodistas y politólogos que se atienen a la misma información y la hacen suya acríticamente, creyendo a pies juntillas todo lo que publican. b) La corriente donde alinean, quizá, los más poderosos e influyentes, que nos ataca consciente y deliberadamente para defender sus intereses, muchos y variados. Lo que diré en seguida va dirigido solo a la primera corriente. ¿Qué idea racional puede discutirse con canallas del pelo de Ociel Mora, de SDPnoticias.com, que mienten sin ningún recato? Solo cabe preguntarse quién se deshonra más: si el reptil que así se arrastra o aquel en cuyo honor y favor lo hace. Difícil disyuntiva.
A los primeros les pido que tomen conciencia de que todo lo que saben y piensan de Antorcha no es fruto de su conocimiento directo, de primera mano, de lo que han visto, palpado o comprobado con sus propios ojos, sino que lo han recibido vía los medios de información que he señalado, medios donde solo hablan los enemigos de Antorcha. Les pido que reflexionen que darles toda la credibilidad a esos medios, como si no tuvieran intereses propios, ideología y puntos de vista propios condicionados por esos intereses; que tomarlos por ángeles sin mácula, enviados por Dios a la tierra para revelarnos la verdad, no es una postura racional, crítica e inteligente, que pueda conducirlos a la verdad. Ya Ernesto Renan, hablando de la Biblia, dijo hace muchos años que “del hecho de que una cosa esté escrita, no se deduce que sea cierta”.
Creer lo que otros dicen sin someterlo a un examen crítico, sin contrastarlo con los hechos, no es un camino hacia la formación de juicios verdaderos sino hacia el engaño y los prejuicios, esto es, a ideas y creencias asumidas por fe y, por tanto, la mayoría de veces, falsas. Desgraciadamente, este modo de pensar, de acercarnos al conocimiento de la realidad, no es nada nuevo y propio solo de los ignorantes y faltos de estudio; tiene una larga historia y hay constancia de que ha sido empleado por hombres tenidos por verdaderos sabios en su tiempo. No por eso se equivocaron menos.
El dramaturgo alemán Bertolt Brecht, nos da un excelente ejemplo de esto en su obra sobre Galileo Galilei. Este sabio, matemático y astrónomo, con ayuda de su rudimentario telescopio, observó las manchas del sol, la existencia de los planetas y el movimiento de la tierra en torno al sol (y no al revés como se pensaba). Alarmada la Iglesia porque tales verdades contradecían abiertamente a la Biblia, envió a una comisión de sabios para investigar tales “herejías”. Galileo los esperó armado solo de su telescopio enfocado al cielo, e invitó a sus jueces, en cuanto llegaron, a mirar por él para comprobar “por sus propios ojos” las verdades que había descubierto. Pero, ¡oh sorpresa! los jueces se negaron a mirar porque ese aparato, dijeron, era hechura del diablo. Y comenzaron a disparar toda su sabiduría escolástica sacada de Aristóteles.
-¿Para que andar con rodeos?, dijo el matemático; Galilei tendrá que reconocer los hechos. Sus planetas y Júpiter perforarían la esfera de cristal. Es muy sencillo.
Federzoni, creador de la lente del telescopio, dijo: “pues se va a asombrar: no existe la esfera de cristal”. Un filósofo de entre los jueces le replicó: “Cualquier libro de escuela le dirá que sí existe, buen hombre”. Entonces Galileo, exasperado pero en tono sumiso, les espetó: “Señores míos, la creencia en la autoridad de Aristóteles es una cosa, los hechos, que se pueden tocar con la mano, es otra. Ustedes dicen que, según Aristóteles, allá arriba hay una esfera de cristal, y que por eso no se pueden realizar ciertos movimientos, porque perforarían las esferas. Pero, ¿qué ocurriría si pudieran comprobar esos movimientos? (…) Señores, les ruego con toda humildad que confíen en sus ojos”. Y el matemático respondió: “leo a Aristóteles con mis propios ojos y, por tanto, confío en mis ojos”. Y se fueron porque les esperaba un festín. Galileo corrió tras de ellos diciendo: “¡Pero si los señores no necesitan más que mirar por el telescopio!” Nadie lo escuchó.
Muchos “politólogos eruditos” nos atacan con más disparates que atacaron sus jueces a Galileo; e, igual que ellos, cuando los invitamos a conocer la verdad directamente, prefieren confiar en sus ojos puestos en la televisión y se niegan a mirar por el telescopio antorchista. Los grupos, organismos y personas no profesionales de la pluma, se aferran a la seguridad de su falsa opinión porque creen fanáticamente en los medios, y esa confianza ciega bloquea el sentido de la crítica racional. Ya Marx retrató esta situación con la puntería que le era característica: la contradicción más obvia y fundamental de todo creyente es que, para él, todos los dioses son falsos, menos el suyo. ¿Por qué? Pues porque si el suyo fuera falso no creería en él. Un perfecto círculo vicioso.
Afirmo tajantemente, por enésima vez, que Antorcha no es, ni de lejos, lo que dicen sus enemigos, incluido el Presidente de la República. Añado, además, que Antorcha, y yo en lo personal, no mentimos jamás, ni siquiera en defensa propia. Los damnificados del “tsunami” que saben que somos víctimas de la misma injusticia que ellos y se deslindan de nosotros y nos atacan a su vez, parten de que todos los atacados son inocentes, menos Antorcha. ¿Por qué? Porque si no fuera así, ellos no estarían en tales grupos. El mismo círculo vicioso denunciado por Marx. Pero ese error conlleva una consecuencia grave: ayudan a destruir a la única fuerza real y estructurada que quedó en pie después del “tsunami” morenista; y se privan ellos, y privan a México, de un apoyo real y desinteresado que les hará mucha falta en el futuro, cuando el torrente se salga de madre y se necesite un gigante para reencauzarlo. Ese gigante solo puede construirlo la unidad desinteresada y firme de todo el pueblo, de todos los grupos y personas damnificadas por el huracán, incluido sin falta el Antorchismo Nacional. Piénsenlo, amigos damnificados, que nada pierden con ello.
DAMG