“Irresponsables, infantiles, inmaduros” son las palabras más usadas por la mayoría de los europeos en sus reacciones a lo que pasa en Gran Bretaña, la cuna de la democracia parlamentaria, a ese comportamiento propio de un niño que ya se cansó del juguete que tenía y quiere uno nuevo.

Da tristeza ver que no hay suficiente deseo de crear coaliciones, de buscar un consenso en momentos tan dramáticamente históricos para Reino Unido, a punto de divorciarse de la Unión Europea. El gobierno de Theresa May recibe golpe tras golpe, paliza tras paliza, en un universo dominado por demagogias populistas que, desgraciadamente, se extienden por todo el continente.

“Brexit es Brexit”, repitió miles de veces como un mantra la primera ministra británica. Sirvió para paralizar hasta a los ex defensores del Brexit, que en realidad significa muchas cosas. Para unos se trata de alcanzar sueños de grandeza; para otros, de un motivo de vergüenza frente a Europa entera, y de paso un motivo de peso para sentir miedo al futuro.

En el referéndum de 2016, el “sí” ganó con sólo cuatro puntos de ventaja. La mismísima jefa actual del Gobierno británica estaba en contra del Brexit. Después de la votación llegó el shock. En el Reino Unido la frase más buscada en Google horas después de la consulta fue: “¿De dónde nos salimos?”.

 

Sin comentarios.

Las proporciones cambiaron. Hoy, 50% de los británicos rechazaría tajantemente su salida de Europa, claro, si tuviera la oportunidad de votar de nuevo. No se trata de cualquier país; estamos frente a la quinta economía del planeta.

Los nacionalistas europeos no ocultan su felicidad. Vladimir Putin descorcha una nueva botella de champaña. Está contento el equipo de Donald Trump. También en Pekín se frotan las manos.

Una Europa debilitada y dividida no representará mayor riesgo en la feroz batalla por la hegemonía mundial.