Una mitología nunca puede terminar. Imposible decir que se acabaron los milagros, que ya no hubo más gestas, que los dioses se contentaron con quedarse como estaban para vivir felices por siempre.
¿O se imaginan a Afrodita envejeciendo ante las espumas del Egeo y recordando con nostalgia sus grandes días de belleza? ¿O a Zeus en una mecedora en su isla de jubilación, ya sereno y sin ánimos de batalla? ¿O a cualquiera otra de las divinidades del panteón heleno saciadas de gloria y conformes con un te que les quite el dolor de articulaciones en invierno?
La saga continúa: Cristiano Ronaldo pone a su Juventus en la siguiente ronda con un triplete prometido en la víspera, a lo que replica Lionel Messi anotando dos goles y asistiendo para dos más a fin de lanzar al Barcelona a cuartos de final.
Entre los dos pronto sumarán 66 años, aunque idéntica diferencia imponen en la cancha como cuando cada cual recién había salido de la adolescencia.
Tan hambrientos como siempre, de competitividad y voracidad incontenibles, cuidando sus respectivos cuerpos para ser capaces incluso de mejorarse a sí mismos al paso del tiempo, jamás existió historia igual en el futbol. Llegará el instante en que ambos lo admitan: que son combustible mutuo, que sin atisbarse desde el rabillo del ojo jamás habrían acelerado a tal velocidad, que las hazañas de uno son causa y consecuencia de las del otro.
Pasan los años y no cambia la sensación de que el relevo generacional aún no será. Porque, como Federer y Nadal en el tenis, Cristiano y Lionel no se han limitado a ser los mejores de su generación, sino que lo han conseguido incluso de un par de generaciones; quienes comenzaron robando protagonismo a cracks ahora en el retiro cono Ronaldinho, Thierry Henry, Steven Gerrard o Kaká, hoy opacan a cuanto aspirante a dios del balón emerja.
Tal vez mantienen una comunicación de altísimos vuelos (nunca mejor dicho) y van definiendo entre sí, a cada semana, un nuevo desafío: a ver si tú anotas tres, a ver si tú generas cuatro, ahora yo levanto tal trofeo, ahora me toca este otro.
Tanto que, en lo que los comparamos, tendemos a desperdiciarlos. Quien ingrese a un museo considerando su pintor favorito a Vasili Kandinski tiene derecho a disfrutar de las obras de Marc Chagall o Henri Matisse, algo que buena parte de los devotos del futbol de esta generación se han perdido: por obstinarse en defender que su virtuoso es el único válido, han renunciado a las obras del otro artista.
Ya se arrepentirán cuando esta mitología termine…, si es que termina, que en el Olimpo las deidades nunca están dispuestas a parar.
Twitter/albertolati