Escucho elogios encendidos de las comparecencias matutinas de nuestro Presidente, incluso de colegas críticos de la 4T que, sin embargo, admiran el modo en que López Obrador las usa para marcar la agenda mediática al tiempo que solidifica una popularidad que, a falta de buenos resultados mensurables, se sostiene en su capacidad de hacer sentir a la ciudadanía que es cercano a ella, que está pendiente. Concedamos que la estrategia funciona, con un matiz: funciona para eso y nada más. En todos los otros ámbitos, no solo es inútil sino perjudicial.
Las mañaneras están marcadas por el desorden y la improvisación. El Presidente le pide a la Nahle unos datos que la Nahle no tiene; el Presidente anuncia que se le quitan los recursos a los refugios para mujeres maltratadas, y luego que siempre no; el Presidente dice que sí, habrá comisiones bancarias, a despecho de Monreal; elPresidente le ordena a su secretario de Turismo que desaparezca ese video bochornoso; el Presidente dice que, no importa lo que digan sus legisladores, las calificadoras podrán seguir haciendo su chamba; el Presidente contradice al subsecretario de Hacienda y dice que por supuesto que la refinería va.
Para el país, las consecuencias son desastrosas por muchas razones. La primera, que dada la obediencia ciega al líder que predomina, una declaración equivale a una política pública y una propuesta de ley que podría aprobarse en horas, salvo cuando, a menudo, tiene que echarse para atrás. Eso, día con día, hace imposible un gobierno mínimamente serio. Y es desastroso porque termina por ahuyentar a la inversión, que anda a la fuga desde el aeropuertazo.
Pero también hay consecuencias negativas para los medios, que ante la velocidad del torrente informativo, a menudo parecen limitarse a hacerse eco, abrumados, sin capacidad de respuesta ni de análisis en profundidad, intentando levantar la voz entre puestas en escena vergonzosas como la de Nino Canún o la de quien dijo que el presidente parece un atleta keniano. ¿Qué hacer al respecto? No es fácil decirlo.
Es necesario entender que el presidente no puede marcar los ritmos de la noticia, y que la única certeza que da esa palabrería ininterrumpida, ese río de contradicciones, improvisación, diatribas y falsedades, es que, antes que una forma de comunicación, es reflejo del caos de la administración. Se impone, pues, contrarrestar la velocidad con el método y, cada día más, la abyección con la independencia de criterio.
Hacer lo de siempre, pues.