Ciclo tan lamentable como repetido al infinito: por un breve tiempo el futbol griego desaparece de todo reflector ajeno a su país, con apenas alguna mínima mención al acercarse la Copa del Mundo o algún nostálgico recuerdo de su gesta en la Eurocopa 2004.
De pronto, uno de sus innumerables derbis –o, el principal, disputado por Panahinaikos y Olympiakos– retoma la atención por medio de las peores razones. La enésima bronca, cada trifulca en peor tono que la anterior, la violencia más normalizada que pueda encontrarse en el deporte.
Este fin de semana apuntaba a un doble enfrentamiento entre los dos clubes capitalinos, uno representando a la Atenas urbana (Panathinaikos), el otro a la portuaria con su núcleo duro en los estibadores del Pireo (de ahí que también se llame gavros o boquerones al Olympiakos).
El cotejo que correspondía al campeonato heleno de baloncesto, se canceló por incomparecencia del Olympiakos, renuente a enfrentar a su acérrimo rival mientras se asignen árbitros locales; vale la pena recordar que su partido de un mes atrás quedó abandonado a la mitad, luego de la absurda huida del propio Olympiakos al medio tiempo por inconformidad con el jueceo.
En tanto, el derbi de la llamada Súper Liga de futbol fue el domingo y tampoco pudo concluir. Tras numerosas pausas por disturbios tanto al interior como al exterior del estadio, no quedó más que suspender.
A eso llama deporte profesional la cuna universal del deporte: a una actividad en la que lo mismo aparece el presidente de un equipo amedrentando pistola en mano a un árbitro, que emboscadas de aficionados a policías (e, incluso, a la inversa, ya con cuentas pendientes entre unos y otros), que cancelación de juegos como chantaje, que manipulaciones políticas de toda índole.
Si no aconteciera tan seguido, casi podríamos sorprendernos. Sin embargo, quien sea que contemple el futbol griego a cierta distancia, sabe del carácter tóxico que le caracteriza.
Dos derbis en distintos deportes, no consumados el mismo fin de semana, habrían de bastar para dimensionar la gravedad del paciente. No obstante, se hace algo distinto: visto que al enfermo le cuesta respirar y la infección se expande por su organismo, se acepta con resignación su mal y no se toma mayor decisión.
Por eso, en gran medida, el futbol griego está en donde está: por no haber atendido cuanto debía desde muchas décadas atrás; por haber considerado normales esos comportamientos alrededor del deporte.
Twitter/albertolati