Resulta muy curioso que, en estos tiempos en los que ya se decretó la muerte del neoliberalismo, los funcionarios, analistas y voceros al servicio de la 4T usen la apreciación del peso frente al dólar como un referente de su éxito.
La flexibilidad cambiaria permite que el peso sea el pararrayos de muchos impactos económicos, internos y externos. Ya no es la moneda mexicana el tesoro sagrado al que se le cuidaba una paridad fija con la fiereza canina que prometió y no cumplió José López Portillo, en aquellas épocas de las grandes devaluaciones.
Ciertamente la depreciación del peso frente al dólar, entre octubre y noviembre del año pasado, fue claramente el reflejo de dos decisiones del Gobierno de facto de entonces de Andrés Manuel López Obrador: cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco y permitir que sus alfiles legislativos en el Senado jugaran a los radicales con sus propuestas de eliminar las comisiones bancarias.
No hay duda que decisiones internas afectan la paridad cambiaria en un sentido o en otro. Pero buena parte del comportamiento diario de la moneda tiene que ver con la suerte del dólar.
Que no quede duda que la batuta la lleva Estados Unidos y todos los demás mercados, maduros o emergentes, bailan a ese son.
Evidentemente, si las firmas calificadoras prenden las alertas en torno a la deuda de Pemex, esto resta confianza en la economía y las finanzas mexicanas. Entonces, se nota en el precio del billete verde.
Si el presidente López Obrador, cuya política ha generado gran desconfianza entre los capitales privados, sale un día a prometer que respetará los contratos energéticos y mineros, pues también se le notará a la relación entre ambas monedas.
Pero lo que llevó a la divisa mexicana a bajar de los 19.60 a niveles inferiores a los 18.95 fue la expectativa de decisión de política monetaria en los Estados Unidos, en combinación con la posibilidad de que haya un arreglo entre la Casa Blanca y Beijing para poner fin a la guerra comercial.
Es falso que la apreciación cambiaria borrara las consideraciones de las firmas calificadoras que mantienen las alertas de los riesgos en la economía mexicana, simplemente la expectativa de tasas de interés bajas en la economía estadounidense desata el apetito por el riesgo financiero.
Lo bueno que en el actual Gobierno ya no tienen esa visión neoliberal de basar sus expectativas en los indicadores financieros, porque se correría el riesgo de que con una paridad como la actual pensaran que no están cometiendo errores garrafales.
Ojalá lean con sabiduría los mensajes que manda el mercado, aunque odien la visión neoliberal, y entiendan que es una oportunidad de pertrecharse ante una desaceleración económica inminente.
Deben de usar la atracción de capitales que aportaría la eventual relajación monetaria estadounidense para hacer ver a los mercados que México es un mercado confiable.
Peso eso no se logra con discursos mañaneros, sino con hechos concretos. Por ejemplo, presentar ya el refuerzo financiero para Pemex, cancelar los proyectos financieramente inviables. Y, por qué no, rectificar donde claramente se equivocaron, como en el caso del aeropuerto.